Inhabilitado como estaba por una dolencia física, mi hija se ocupaba de todo. Hasta de la comida. Una hora y media antes de comer, me preguntó, diligente, si no creía que ya era hora de ir poniendo el pollo. Le dije que sí. Y se puso manos a la obra. Le expliqué la temperatura del horno, y el proceso de encendido. Yo la oía subir y bajar, de la cocina a su cuarto, y pensaba qué bien, que no ha hecho falta decirle que al pollo hay que darle vueltas de vez en cuando, y echarle con una cuchara caldito por encima, lo que ha aprendido esta hija viendo hacer pollo a sus padres. Al cabo de media hora vino a decirme que el pollo le parecía un poco triste, así, sin patatas, que si le parecía bien que hiciera unas patatas fritas, a lo que le contesté que me parecía estupendo, que qué ricas unas patatas fritas para acompañar el pollo. Y al cabo de otra media hora me vino a preguntar si no creía conveniente meter ya el pollo en el horno, porque ella creía que ya estaba caliente, el horno. A lo que contesté que sí, que gracias, que qué rico el pollo asado para merendar.
Las lágrimas se guardan para los entierros, y la vida hay que buscarla allí donde lo dejan a uno. En una casa buena de Cádiz o en el infierno. Donde sea, donde se pueda El asedio, de Arturo Pérez Reverte Esta es la sabiduría de Felipe Mojarra, salinero, de la Isla, de barro hasta las rodillas y que pelea contra el francés, en el año de 1811, en la Bahía de Cádiz, sin saber por qué. Y esa es la que buscaré compartir con vosotros cada mañana desde este rinconcito de la red. ¡Qué gusto volver a escribir!
La intención es la que cuenta, aunque hay quien afirma que con la intención no basta.
ResponderEliminarCon la misma intención y sólo unas pocas preguntas concretas añadidas, se hubiera conseguido el pollo para comer.
Puesto que por tu dolencia no puedes andar ni correr mucho, tampoco el apetito será desmedido y bien se puede esperar unas horas más para agradecer la excelente disposición de tu hija.
Recuerdo que, siendo niña (unos doce años) mientras mi padre trabajaba y mi madre estaba en el hospital con mi hermana, decidí hacer nada menos que una tortilla de patata para que a su regreso a casa tuvieran la cena hecha.
ResponderEliminarRecuerdo también que mis padres se emocionaron al comprobar de lo que era capaz su hijita.
La tortilla, por su presencia, no desmerecía de una realizada por manos expertas: redondita, doradita, apetitosa a la vista... solo que, bueno, je je, yo no sabía que había que freir la patata antes de mezclarla con el huevo.
Cenamos otra cosa, claro.
A día de hoy creo que he hecho unas dos tortillas de patata en toda mi vida. Una fué aquella. A mi marido le salen genial.