Inhabilitado como estaba por una dolencia física, mi hija se ocupaba de todo. Hasta de la comida. Una hora y media antes de comer, me preguntó, diligente, si no creía que ya era hora de ir poniendo el pollo. Le dije que sí. Y se puso manos a la obra. Le expliqué la temperatura del horno, y el proceso de encendido. Yo la oía subir y bajar, de la cocina a su cuarto, y pensaba qué bien, que no ha hecho falta decirle que al pollo hay que darle vueltas de vez en cuando, y echarle con una cuchara caldito por encima, lo que ha aprendido esta hija viendo hacer pollo a sus padres. Al cabo de media hora vino a decirme que el pollo le parecía un poco triste, así, sin patatas, que si le parecía bien que hiciera unas patatas fritas, a lo que le contesté que me parecía estupendo, que qué ricas unas patatas fritas para acompañar el pollo. Y al cabo de otra media hora me vino a preguntar si no creía conveniente meter ya el pollo en el horno, porque ella creía que ya estaba caliente, el horno. A lo que contesté que sí, que gracias, que qué rico el pollo asado para merendar.
Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o
La intención es la que cuenta, aunque hay quien afirma que con la intención no basta.
ResponderEliminarCon la misma intención y sólo unas pocas preguntas concretas añadidas, se hubiera conseguido el pollo para comer.
Puesto que por tu dolencia no puedes andar ni correr mucho, tampoco el apetito será desmedido y bien se puede esperar unas horas más para agradecer la excelente disposición de tu hija.
Recuerdo que, siendo niña (unos doce años) mientras mi padre trabajaba y mi madre estaba en el hospital con mi hermana, decidí hacer nada menos que una tortilla de patata para que a su regreso a casa tuvieran la cena hecha.
ResponderEliminarRecuerdo también que mis padres se emocionaron al comprobar de lo que era capaz su hijita.
La tortilla, por su presencia, no desmerecía de una realizada por manos expertas: redondita, doradita, apetitosa a la vista... solo que, bueno, je je, yo no sabía que había que freir la patata antes de mezclarla con el huevo.
Cenamos otra cosa, claro.
A día de hoy creo que he hecho unas dos tortillas de patata en toda mi vida. Una fué aquella. A mi marido le salen genial.