Había una vez un narcotraficante rubio y de ojos azules al que le llamaban la Barbie.
Su detención fue un logro tan importante para la policia mexicana que grabaron un video con el delincuente esposado. Si no, no nos cree nadie, decían.
El problema era que durante la grabación la Barbie no dejaba de reirse.
A lo mejor le hacían gracia los policías, tan nerviosos.
O se reía imaginando la diferencia entre el sueldo de sus captores y el suyo. O la que había entre la vida que le espera a un policía federal mexicano y la que le espera a un narcotraficante de altos vuelos, aún en la cárcel.
O se carcajeaba al oir el número de asesinatos que le imputaban, que eran la cuarta parte de los que había protagonizado, qué pandilla de merluzos estos agentes.
O se moría al ver que el soborno al juez, por el que ya había pedido precio, iba a costarle ocho veces menos de lo que tenía presupuestado.
O le hacía gracia que le llamaran la Barbie, cuando él sabia que era Ken.
Su detención fue un logro tan importante para la policia mexicana que grabaron un video con el delincuente esposado. Si no, no nos cree nadie, decían.
El problema era que durante la grabación la Barbie no dejaba de reirse.
A lo mejor le hacían gracia los policías, tan nerviosos.
O se reía imaginando la diferencia entre el sueldo de sus captores y el suyo. O la que había entre la vida que le espera a un policía federal mexicano y la que le espera a un narcotraficante de altos vuelos, aún en la cárcel.
O se carcajeaba al oir el número de asesinatos que le imputaban, que eran la cuarta parte de los que había protagonizado, qué pandilla de merluzos estos agentes.
O se moría al ver que el soborno al juez, por el que ya había pedido precio, iba a costarle ocho veces menos de lo que tenía presupuestado.
O le hacía gracia que le llamaran la Barbie, cuando él sabia que era Ken.
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