En uno de mis últimos días de profesor en ejercicio, qué tiempos, vigilaba un examen, y me notaba sumido en una inmensa inquietud, en un desasosiego interior para el que no encontraba explicación.
Y cuando un alumno me pidió permiso, una vez terminado su ejercicio, para ir al baño, me dí cuenta de que en él estaba la causa. Más que en él, en su peinado. O mejor dicho, en su despeinado, que yo no sabía si atribuir a que se había puesto la gomina por la noche y había dormido con ella puesta o a un mal consejo de su peluquera, o a las dos cosas.
No me atreví a preguntarselo, porque me pareció de mal gusto, pero la sonrisa que me devolvió la otra profesora que vigilaba el examen me hizo pensar que me había leído el pensamiento.
Y cuando un alumno me pidió permiso, una vez terminado su ejercicio, para ir al baño, me dí cuenta de que en él estaba la causa. Más que en él, en su peinado. O mejor dicho, en su despeinado, que yo no sabía si atribuir a que se había puesto la gomina por la noche y había dormido con ella puesta o a un mal consejo de su peluquera, o a las dos cosas.
No me atreví a preguntarselo, porque me pareció de mal gusto, pero la sonrisa que me devolvió la otra profesora que vigilaba el examen me hizo pensar que me había leído el pensamiento.
Al leer esta entrada he sentido un "déjá vu" que dicen los franceses, eso de haber vivido ya esa experiencia.
ResponderEliminarY ha estado muy bien, porque he ido al antiguo EGUNON y he leído unos cuantos superdivertidos de la época anterior.
He pasado un buen rato, ¡Vive Dios!