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Qué peste

"El olor del barrio es tan insoportable que no consigo llevar chicas a casa". Así dicho...

Pero el caso es que Alfonso dejó Bilbao, cansado de ruidos y estreses varios, por una casita en el campo, donde mirar el horizonte y respirar aire puro.

El caso es que no debió mirar bien, o estaba tan contento con la casa que se le olvidó mirar alrededor. Y ahora anda agobiado por el tufo que despide una granja de conejos ubicada en el entorno.

Y todo parece estar en orden, con permisos y todo eso, por lo que dice el Ayuntamiento.

Así que habrá que apañarse con una pinza, para llevar chicas a casa. No deja de ser una buena oportunidad para cuidarse uno mismo y ganar en atractivo, por encima de la peste de los conejos, o de ponerse tanta colonia que anules el tufo, o lejía, que huela a cárcel, o desinfectante, y que huela a hospital, o medicinas, y que huela a farmacia, o bacalao y que huela a tienda de ultramarinos, o asar castañas, y que huela a otoño.

Para que la chica venga a casa, digo.

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Las lágrimas se guardan para los entierros, y la vida hay que buscarla allí donde lo dejan a uno. En una casa buena de Cádiz o en el infierno. Donde sea, donde se pueda El asedio, de Arturo Pérez Reverte Esta es la sabiduría de Felipe Mojarra, salinero, de la Isla, de barro hasta las rodillas y que pelea contra el francés, en el año de 1811, en la Bahía de Cádiz, sin saber por qué. Y esa es la que buscaré compartir con vosotros cada mañana desde este rinconcito de la red. ¡Qué gusto volver a escribir!
Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, se va volviendo mi hogar, llenándoseme de nombres. No es ya un extraño país lejano en el horizonte, es cita donde me aguardan pupilas que me conocen, labios que me dieron besos, pieles que llevan mis roces. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, de gestos ya conocidos de amor, de abrazos que acogen, en los que revivir puedo amadas palpitaciones, y tantos y tantos sueños que aguardan consumaciones. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones: me gusta saber que Dios prepara para los hombres Paraísos que permiten recuperar los adioses. Allí se me van llegando uno a uno mis amores, con besos hoy silenciosos que tendrán resurrecciones. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, se va volviendo mi hogar, llenándoseme de nombres.