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Mocos

Tiene muchos mocos. Pero muchos.

Por eso no puede usar kleenex. Ni siquiera los de doble capa. Los diez que vienen en un paquete se le acaban en la primera hora de clase por la mañana.

Así que lleva en el bolso un rollo de papel higiénico de esos de escotex de tamaño gigante.

Y deja otro dentro del armario, pero verlo cuando lo abre por las mañanas. Y otro encima del escritorio donde hace los deberes. Y uno más junto a las cosas de aseo, en la estantería. Del que está encima del lavabo no digo nada, porque me he acostumbrado tanto a su presencia que me resulta imperceptible.

Otro lo dejamos en la guantera del coche, para los viajes de más de cinco kilómetros. Y otro en el vestidor de la casa de los abuelos, para cuando vamos en verano.

En el extremo del reposabrazos de su asiento del teatro le han puesto un cacharro de esos que se usan en los cines para dejar las palómitas o la cocacola. Y el acomodador va reponiendo los rollos a medida que se acaban.

Es dificil estar con ella más de media hora y no verle sacar uno de algún bolsillo.

Así se arregla mejor. Y yo le quiero igual.

Comentarios

  1. Me has recordado al primer año de vida de mi hija. Era un moco con una niña detrás. ¡Qué barbaridad, qué mina!

    Siempre le digo que ella tuvo que sentir desde que nació, que vivir era que te estuvieran todo el tiempo tocándote las narices.

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