Estaba yo en mi casa esperando el Apocalipsis, tranquilamente, como siempre hago por fin de año, cuando lo inexorable de mi condición de ser social me abocó a un encuentro inesperado, en el que aprendí que las personas que andan en negocios de 800.000 euros no pueden pagar una comida, ni un aperitivo, ni un café, porque están a otras cosas, o porque no llevan suelto.
Para eso ya estoy yo. Tengo tan claro que con mi sueldo tiene que llegarme para invitar a alguien a unos canelones de San Esteban, al cine con palomitas o a un martini con campari que cuando llega el momento suelto la pasta y no me duele ni un poco.
Por eso no voy a tener 800.000 euros en la puta vida.
Para eso ya estoy yo. Tengo tan claro que con mi sueldo tiene que llegarme para invitar a alguien a unos canelones de San Esteban, al cine con palomitas o a un martini con campari que cuando llega el momento suelto la pasta y no me duele ni un poco.
Por eso no voy a tener 800.000 euros en la puta vida.
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