Ir al contenido principal

Juzgando un poco por apariencias


Dicen que está feo juzgar por las apariencias. Pero cómo no vas a juzgar por las apariencias, si la gente se empeña en llamarte la atención con sus apariencias.

Si el tono de tu móvil es el himno de tu equipo aparentas ser una persona que quiere dejar bien claro que la identidad de cada ser humano radica, sobre todo y por encima de cualquier otra cosa, en el equipo de fútbol del que se es, lo que es muestra de una grave alteración nerviosa y del sistema linfático, además.

Si el tono de tu móvil es el llanto de tu hijo aparentas ser un padre feliz, de esos lechuguinos primerizos, y que tienes tiempo para jugar con el móvil y andar grabando chorradas.

Si el tono del móvil es un aria de Don Giovanni aparentas ser una persona con muy poco seso, que deja su móvil a los hijos para que le anden cambiando los tonos.

Si el tono del móvil es Camacho cantando el gol de Puyol a Alemania en la semifinal del Mundial aparentas ser un desquiciado de la vida, porque fuera de aquel contexto, Camacho y sus berridos resultan insoportables.

Si el tono del móvil es el ladrido de tu perro aparentas ser un animalista, y los taurinos te mirarán con cara de pocos amigos.

Algunas de las personas que pertenecen a los cinco grupos anteriores dicen ser celosas de su vida privada, pero han quedado desacreditados para hacer tales afirmaciones.

Y algunas otras, también.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Hablando de ropa

  Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o

Vamos hombre

Egun on, Mikel. Cada vez estoy más harto de la vida en sociedad. Impone unos rigores del todo antagónicos con mi personalidad, o estado. Hasta en la tribuna. Resulta que en un córner, la pelota, después un despeje, un remate, rebotar en dos cuerpos y pegar en el larguero, fue rechazada por nuestro portero con gran alivio de la hinchada local y gran enojo de los visitantes, que reclamaban la concesión del gol. Una de estas últimas demandantes estaba sentada a mi derecha. Como estábamos a setenta metros del lugar de los hechos, más o menos desde donde se sacó esta foto, como desde ahí es imposible saber si lo que se mueve es un futbolista o un conejo, como la línea de gol no se ve porque la portería está en cuesta, como la señora portaba unas gafas cuyos vidrios eran tan gruesos como los de las mías y como parecía una mujer amable pese a sus gritos desaforados, me atreví con un comentario bienintencionado con el que aliviar esa tensión que amenazaba con provocarle una arritmia cardiaca,

Y no sé qué es peor.

Egun on, Mikel. Aquel día de finales de junio amaneció con el cielo limpio y el suelo seco. Desde el balcón oía a algunos, de esos que hacen comentarios en voz alta mientras sus perros se alivian, suspirar y decir que ya era hora, porque la semana anterior estuvo pasada por agua y las temperaturas bajaron hasta los quince grados, y ambas cosas, entrado el verano, desasosiegan a los humanos más vulnerables. A otros les da igual. Particularmente, a muchos varones de más de 50 años y algo desinhibidos que, en cuanto el termómetro pasa de los 25 grados dos días seguidos, y ven en el calendario que están en junio, sacan de la parte de arriba del armario la caja donde guardan su media docena de pantalones cortos vaqueros con dobladillo por encima de la rodilla, y sus camisas de cuadros de manga corta, planchan las prendas, o se las hacen planchar, se las ponen, y ya no se las quitan hasta después del veranillo de San Martín, en noviembre.  Vestidos de esa guisa, y debajo del paraguas, porque