"No hablar al conductor" Pone encima de la ventanilla, precisamente del conductor del autobús. Es un anuncio del que casi nadie hace caso, que si quiero pis, que si quiero caca, que si baja la música, que si pon más alto...
Lo que no pone en el letrerito son las consecuencias, lo que te pasa si le hablas. Multa de veinticinco pesetas, o algo así, como en el metro cuando te montas sin billete.
Y claro, tampoco pone, porque no lo puede poner, qué pasa si hablas al conductor y este se ha levantado con el día torcido.
Que un hombre tiene mal día se percibe claramente si te fijas en si lleva un trocito de papel higiénico con un puntito marrón en la barbilla, o si lleva restos de espuma debajo de las orejas.
El primero que osó dirigirse al conductor fue uno que aún no había subido. Su error es disculpable porque no había podido leer el letrerito.
- ¿este va a Zaragoza?
- yo acabo de llegar, estoy como usted.
- ya, pero usted es el conductor
- y usted la pescadera, por el tono.
Lo que sigue es bastante triste y desagradable, a ver qué te piensas, qué te piensas tú, que tú a mí no me insultas, pues tú así no me hablas, aquí nadie informa...
Un exceso inasumible para ser las 6:30 de la mañana
Otra escena de desencuentro tuvo lugar en Vitoria, cuando a los dos minutos de reemprender la marcha, el conductor paró para invitar a los pasajeros a bajarse a comprar el periódico aquí al lado, en un gesto de deferencia delicadísima un domingo por la mañana, en el que la prensa tiene un valor capital para muchos, con sus suplementos y sus cosas. Pues a una señora amargada le pareció mal:
- luego voy a pedir yo que pares en Miranda a comprar una lata de sardinas y dos quesos.
Aquí lo que sigue es irreproducible. Sólo puedo decir que si le llega a llamar pescadera a la otra le habría parecido incluso bonito. La mujer no sabía que el conductor tenía el día cruzado.
Pero con haber leído el letrerito...
Lo que no pone en el letrerito son las consecuencias, lo que te pasa si le hablas. Multa de veinticinco pesetas, o algo así, como en el metro cuando te montas sin billete.
Y claro, tampoco pone, porque no lo puede poner, qué pasa si hablas al conductor y este se ha levantado con el día torcido.
Que un hombre tiene mal día se percibe claramente si te fijas en si lleva un trocito de papel higiénico con un puntito marrón en la barbilla, o si lleva restos de espuma debajo de las orejas.
El primero que osó dirigirse al conductor fue uno que aún no había subido. Su error es disculpable porque no había podido leer el letrerito.
- ¿este va a Zaragoza?
- yo acabo de llegar, estoy como usted.
- ya, pero usted es el conductor
- y usted la pescadera, por el tono.
Lo que sigue es bastante triste y desagradable, a ver qué te piensas, qué te piensas tú, que tú a mí no me insultas, pues tú así no me hablas, aquí nadie informa...
Un exceso inasumible para ser las 6:30 de la mañana
Otra escena de desencuentro tuvo lugar en Vitoria, cuando a los dos minutos de reemprender la marcha, el conductor paró para invitar a los pasajeros a bajarse a comprar el periódico aquí al lado, en un gesto de deferencia delicadísima un domingo por la mañana, en el que la prensa tiene un valor capital para muchos, con sus suplementos y sus cosas. Pues a una señora amargada le pareció mal:
- luego voy a pedir yo que pares en Miranda a comprar una lata de sardinas y dos quesos.
Aquí lo que sigue es irreproducible. Sólo puedo decir que si le llega a llamar pescadera a la otra le habría parecido incluso bonito. La mujer no sabía que el conductor tenía el día cruzado.
Pero con haber leído el letrerito...
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