Después de ver salir a su marido por un agujero negro de la historia, y a su hijo marchar por esos caminos de Dios diciendo que se iba a trabajar en no sé que cosas del Reino, más pobre de lo que había sido nunca, sola entre cuatro paredes, María se preguntaba, una vez más, qué fue del oro que les regalaron aquellos señores, cuando el nacimiento de Jesús.
Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, se va volviendo mi hogar, llenándoseme de nombres. No es ya un extraño país lejano en el horizonte, es cita donde me aguardan pupilas que me conocen, labios que me dieron besos, pieles que llevan mis roces. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, de gestos ya conocidos de amor, de abrazos que acogen, en los que revivir puedo amadas palpitaciones, y tantos y tantos sueños que aguardan consumaciones. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones: me gusta saber que Dios prepara para los hombres Paraísos que permiten recuperar los adioses. Allí se me van llegando uno a uno mis amores, con besos hoy silenciosos que tendrán resurrecciones. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, se va volviendo mi hogar, llenándoseme de nombres.
De seguro, se le iría en alguna herramienta para José, en equipar con algunos enseres al "quijote" de su hijo, para el incomprensible camino que iniciaba... En estar ahí, medio entendiendo, como cualquier mujer; como cualquier madre.
ResponderEliminarY aunque el agujero negro, en ocasiones, parece haberse tragado algo más que al marido, en otras cabe decir:
El dejar hacer de aquella discreta mujer ha merecido la pena.
Si a la familia de Dios les fue así, estaba claro lo que nos quedaba por vivir en lo cotidiano a los humanos de a pié.
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