Después de ver salir a su marido por un agujero negro de la historia, y a su hijo marchar por esos caminos de Dios diciendo que se iba a trabajar en no sé que cosas del Reino, más pobre de lo que había sido nunca, sola entre cuatro paredes, María se preguntaba, una vez más, qué fue del oro que les regalaron aquellos señores, cuando el nacimiento de Jesús.
Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o
De seguro, se le iría en alguna herramienta para José, en equipar con algunos enseres al "quijote" de su hijo, para el incomprensible camino que iniciaba... En estar ahí, medio entendiendo, como cualquier mujer; como cualquier madre.
ResponderEliminarY aunque el agujero negro, en ocasiones, parece haberse tragado algo más que al marido, en otras cabe decir:
El dejar hacer de aquella discreta mujer ha merecido la pena.
Si a la familia de Dios les fue así, estaba claro lo que nos quedaba por vivir en lo cotidiano a los humanos de a pié.
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