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las dichosas prisas

Para cuando he leído en el envase que había que disolver diez gotas del colutorio en medio vaso de agua ya me había tomado unas cincuenta gotas sin disolver, directamente del frasco. Primero han quemado la boca, hasta las encías, luego han hecho lo propio con el esófago, y al llegar al estómago han abierto un boquete como el de las obras del metro de aquí debajo.

He intentado meter de golpe el medio vaso después, todo seguido, pero he acabado bebiéndomelo, para apagar el fuego. Luego he hecho gárgaras con el agua de otro medio vaso. Y luego enjuagues. Y luego gárgaras otra vez.

Ahora, dos horas después, creo que no podré volver a comer hasta el miércoles que viene, si Dios quiere.

Las prisas, que son malas consejeras.

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