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Si no trataran las piscinas con cloro agarraríamos unas infecciones curiosas, porque estas fosas natatorias están llenas de elementos patógenos.

Pero el cloro con el que las tratan, al mezclarse con los jugos y líquidos corporales que nos son propios y que depositamos en el agua, algunos queriendo y otros sin querer, puede dar lugar a mutaciones genéticas.

(Ahora entiendo por qué mi hija, que lleva diez años pasando más tiempo en el agua que fuera, se parece cada vez más a Pedro Piqueras.)

Que a ver que es peor, si agarrar el tifus o que, después de 100 años muerto, y tras un análisis de ADN, pases a la posteridad no por ser quien eres sino como la Reina de Inglaterra.

Comentarios

  1. Dada la artrosis galopante que me han encontrado en varias partes de mi cuerpo, me han aconsejado ejercicios en la piscina.

    Pero nunca ha sido plato de mi devoción lo de nadar, que por cierto aprendí yo sola en la playa de las Arenas, donde nos llevaba mi madre de pequeños a mi hermano y a mí.

    Yo pensaba que no era capaz de conseguir meter la cabeza dentro del agua por la deficiencia en el aprendizaje autodidacta y resulta que igual era puro intento de superviviencia de mi cuerpo para preservar mi ADN de mutaciones. La naturaleza es tan sabia.

    Claro que tengo las cervicales echas polvo ¡cómo me va a hacer bien nadar, si seguro que tengo el cuello como un periscopio de intentar tener la cabeza a buen recaudo fuera del agua!

    Fíjate que yo siempre he pensado que los patos y cisnes estaban mal hechos, que tendrían que tener hundido el cuerpo al revés, con las patas para arriba, ya que su alimento está casi siempre dentro del agua. Lo que ocurre es que ellos, en su naturaleza animal, ya han detectado todos los residuos que los humanos echamos en el agua (que no sólo lo hacemos en las piscinas) y ¡qué gráciles van con su cuello alargado!.

    ¿Les dolerán las cervicales?.

    Ahora he conseguido entender el cuento del Patito Feo.

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Las lágrimas se guardan para los entierros, y la vida hay que buscarla allí donde lo dejan a uno. En una casa buena de Cádiz o en el infierno. Donde sea, donde se pueda El asedio, de Arturo Pérez Reverte Esta es la sabiduría de Felipe Mojarra, salinero, de la Isla, de barro hasta las rodillas y que pelea contra el francés, en el año de 1811, en la Bahía de Cádiz, sin saber por qué. Y esa es la que buscaré compartir con vosotros cada mañana desde este rinconcito de la red. ¡Qué gusto volver a escribir!
Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, se va volviendo mi hogar, llenándoseme de nombres. No es ya un extraño país lejano en el horizonte, es cita donde me aguardan pupilas que me conocen, labios que me dieron besos, pieles que llevan mis roces. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, de gestos ya conocidos de amor, de abrazos que acogen, en los que revivir puedo amadas palpitaciones, y tantos y tantos sueños que aguardan consumaciones. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones: me gusta saber que Dios prepara para los hombres Paraísos que permiten recuperar los adioses. Allí se me van llegando uno a uno mis amores, con besos hoy silenciosos que tendrán resurrecciones. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, se va volviendo mi hogar, llenándoseme de nombres.