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Si no trataran las piscinas con cloro agarraríamos unas infecciones curiosas, porque estas fosas natatorias están llenas de elementos patógenos.

Pero el cloro con el que las tratan, al mezclarse con los jugos y líquidos corporales que nos son propios y que depositamos en el agua, algunos queriendo y otros sin querer, puede dar lugar a mutaciones genéticas.

(Ahora entiendo por qué mi hija, que lleva diez años pasando más tiempo en el agua que fuera, se parece cada vez más a Pedro Piqueras.)

Que a ver que es peor, si agarrar el tifus o que, después de 100 años muerto, y tras un análisis de ADN, pases a la posteridad no por ser quien eres sino como la Reina de Inglaterra.

Comentarios

  1. Dada la artrosis galopante que me han encontrado en varias partes de mi cuerpo, me han aconsejado ejercicios en la piscina.

    Pero nunca ha sido plato de mi devoción lo de nadar, que por cierto aprendí yo sola en la playa de las Arenas, donde nos llevaba mi madre de pequeños a mi hermano y a mí.

    Yo pensaba que no era capaz de conseguir meter la cabeza dentro del agua por la deficiencia en el aprendizaje autodidacta y resulta que igual era puro intento de superviviencia de mi cuerpo para preservar mi ADN de mutaciones. La naturaleza es tan sabia.

    Claro que tengo las cervicales echas polvo ¡cómo me va a hacer bien nadar, si seguro que tengo el cuello como un periscopio de intentar tener la cabeza a buen recaudo fuera del agua!

    Fíjate que yo siempre he pensado que los patos y cisnes estaban mal hechos, que tendrían que tener hundido el cuerpo al revés, con las patas para arriba, ya que su alimento está casi siempre dentro del agua. Lo que ocurre es que ellos, en su naturaleza animal, ya han detectado todos los residuos que los humanos echamos en el agua (que no sólo lo hacemos en las piscinas) y ¡qué gráciles van con su cuello alargado!.

    ¿Les dolerán las cervicales?.

    Ahora he conseguido entender el cuento del Patito Feo.

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