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Tiempos de fútbol (1)

Todos saben que en la Argentina de 1978 se jugó un Campeonato Mundial de Fútbol. Yo también, porque nací al fútbol en aquel Campeonato, bajando a la calle a verlo en color en las tiendas de electrodomésticos, cuando en mi casa la tele era aún en blanco y negro

Todos saben, también, que el régimen militar de Videla lo utilizó para lavar la imagen del país delante del mundo, mientras su patio trasero se llenaba de la sangre de los torturados y del vacío de los desaparecidos.

Todos saben que los argentinos mueren por el fútbol, y que apoyaron a su selección, campeona al fín, porque necesitaban alegrías que llevarse al cuerpo, en medio de tanta mierda.

Pocos saben, sin embargo, que Alberto Tarantini, al que llamaban "el conejo", aquel lateral melenudo de la albiceleste, se orinó en las manos antes de estrechar la del dictador, justo en el momento de recibir su felicitación.

Nunca algo tan sucio cargó tanta dignidad.

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Las lágrimas se guardan para los entierros, y la vida hay que buscarla allí donde lo dejan a uno. En una casa buena de Cádiz o en el infierno. Donde sea, donde se pueda El asedio, de Arturo Pérez Reverte Esta es la sabiduría de Felipe Mojarra, salinero, de la Isla, de barro hasta las rodillas y que pelea contra el francés, en el año de 1811, en la Bahía de Cádiz, sin saber por qué. Y esa es la que buscaré compartir con vosotros cada mañana desde este rinconcito de la red. ¡Qué gusto volver a escribir!
Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, se va volviendo mi hogar, llenándoseme de nombres. No es ya un extraño país lejano en el horizonte, es cita donde me aguardan pupilas que me conocen, labios que me dieron besos, pieles que llevan mis roces. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, de gestos ya conocidos de amor, de abrazos que acogen, en los que revivir puedo amadas palpitaciones, y tantos y tantos sueños que aguardan consumaciones. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones: me gusta saber que Dios prepara para los hombres Paraísos que permiten recuperar los adioses. Allí se me van llegando uno a uno mis amores, con besos hoy silenciosos que tendrán resurrecciones. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, se va volviendo mi hogar, llenándoseme de nombres.