Si José Saramago hubiera sabido que mientras la gente visitaba su capilla ardiente Mariano Rajoy, desde las páginas de El País, estaría alabando su obra, se habría resistido más a los ataques de la muerte.
A lo mejor.
Si hubiera sabido que Roma no lloraría su pérdida, habría sonreído.
Si hubiera sabido que los jerarcas de la Iglesia católica, recién muerto, escribirían de él que fue un hombre y un intelectual de ninguna capacidad metafísica, el mismo habría firmado la crítica.
Que digo yo que para qué quería la metafísica si ya tenía la física, la de escribir mundos jamás imaginados por los físicos y por los metafísicos.
Si hubiese sabido que los purpurados le afearían el haber vivido aferrado hasta el final a su pertinaz fe en el materialismo histórico y a su empeño por banalizar lo sagrado, les habría contestado que es verdad, que guarden la reseña para un libro de epitafios no escritos sobre la tumba no existente de Saramago.
A lo mejor.
Y yo les hubiera dicho que hay más de humano y de inmortal en las páginas de sus novelas que en todas las páginas jamas escritas de L´Osservatore Romano.
Esto, seguro.
A lo mejor.
Si hubiera sabido que Roma no lloraría su pérdida, habría sonreído.
Si hubiera sabido que los jerarcas de la Iglesia católica, recién muerto, escribirían de él que fue un hombre y un intelectual de ninguna capacidad metafísica, el mismo habría firmado la crítica.
Que digo yo que para qué quería la metafísica si ya tenía la física, la de escribir mundos jamás imaginados por los físicos y por los metafísicos.
Si hubiese sabido que los purpurados le afearían el haber vivido aferrado hasta el final a su pertinaz fe en el materialismo histórico y a su empeño por banalizar lo sagrado, les habría contestado que es verdad, que guarden la reseña para un libro de epitafios no escritos sobre la tumba no existente de Saramago.
A lo mejor.
Y yo les hubiera dicho que hay más de humano y de inmortal en las páginas de sus novelas que en todas las páginas jamas escritas de L´Osservatore Romano.
Esto, seguro.
Seguro,
ResponderEliminarque necesitamos la iglesia, hombres (y mujeres) como Saramago para ayudarnos a abrir bien los ojos y despejar ciertos velos del pensamiento y del sentimiento.
A lo mejor,
ni siquiera son suficientes para los que son duros de cerviz.