Sentado en el quicio de la puerta, en el escalón desde el que nos precipitamos a la calle, mi hijo Xavier, ocho años muy bien llevados, devora pipas con frenesí maquinal, depositando las cáscaras en un cuenco de madera, la mirada fija en las llantas del coche de enfrente.
Y como necesito encontrar respuestas a preguntas muy importantes para mi vida presente y futura, me siento con él, y como de su paquete de pipas, y pienso.
Así nos pasan las horas y los días, a veces hablando y a veces no.
- ¿Sabes?, le digo, ayer conocí a una niña de la misma edad que tú que hablaba por lo codos.
Me mira sorprendido. Me doy cuenta porque abre mucho los ojos, agrandándolos, y porque las gafas de culo de vaso que usa los agrandan más todavía, dando a su expresión un no se qué de aire marciano.
- ¿Sí? ¿No tenía boca?
- ...
(silencio)
Me acordé de cuando el otro día fuí con él a los chinos a comprar un gato de esos que mueven el brazo. Se encontró con un colega del barrio que también estaba comprando un gato, un año más joven y diez centímetros más bajo, el niño, no el gato, y con la lengua diez veces más sucia. Si no dijo veinte palabrotas no dijo ninguna.
- el que sí tenía boca era aquel amigo tuyo que nos encontramos en los chinos.
- Ah, sí, es que es imperactivo.
- ¿cómo?
- imperactivo.
- ¿y qué es eso?
- pues que no se puede parar quieto (y acompaña la explicación de movimientos convulsos de brazos y piernas y caderas).
- ¿sí?
- Y peor, se tira unos pedos...
- Ya, pero eso no es por la imperatividad, es que le ha sentado mal el gazpacho.
- Ya.
Y como necesito encontrar respuestas a preguntas muy importantes para mi vida presente y futura, me siento con él, y como de su paquete de pipas, y pienso.
Así nos pasan las horas y los días, a veces hablando y a veces no.
- ¿Sabes?, le digo, ayer conocí a una niña de la misma edad que tú que hablaba por lo codos.
Me mira sorprendido. Me doy cuenta porque abre mucho los ojos, agrandándolos, y porque las gafas de culo de vaso que usa los agrandan más todavía, dando a su expresión un no se qué de aire marciano.
- ¿Sí? ¿No tenía boca?
- ...
(silencio)
Me acordé de cuando el otro día fuí con él a los chinos a comprar un gato de esos que mueven el brazo. Se encontró con un colega del barrio que también estaba comprando un gato, un año más joven y diez centímetros más bajo, el niño, no el gato, y con la lengua diez veces más sucia. Si no dijo veinte palabrotas no dijo ninguna.
- el que sí tenía boca era aquel amigo tuyo que nos encontramos en los chinos.
- Ah, sí, es que es imperactivo.
- ¿cómo?
- imperactivo.
- ¿y qué es eso?
- pues que no se puede parar quieto (y acompaña la explicación de movimientos convulsos de brazos y piernas y caderas).
- ¿sí?
- Y peor, se tira unos pedos...
- Ya, pero eso no es por la imperatividad, es que le ha sentado mal el gazpacho.
- Ya.
Tiene que ser una gozada tener un compañero de reflexiones o de ratos muertos, así.
ResponderEliminar¡Disfrútalo, mientras dure!
Está claro, que ni siquiera estos "tiempos modernos" nuestro pueden con la aplastante sabiduría de un niño que sabe sentarse a mirar.
ResponderEliminarBuen día!
En mi clase hay una niña cuya hermana, ambas en el cole, también tiene "Imperatividad" y por eso se ausenta las ultimas horas de los jueves, ya que su madre las recoge a las dos para llevar a la mayor al médico "de hablar". Y la pequeña me lo cuenta con tono orgulloso, ya que se sacrifica para que su hermana pueda moverse y soltar improperios a gusto. Sabiduría fraterna. Qué emotivo. ¡Tenemos tanto que aprender de ellos!
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