Ir al contenido principal

Popular

No soy una persona popular. Las cosas como son. No me gusta salir por ahí, ni de noche ni de día, ni quedar con personas para hacer cosas.

Cuando me han intentado sacar de la atonía que producía esta reconcentración en mi mismo, han salido escaldados: me llevaban junto con otras doce parejas y veinticinco niños al monte los domingos por la mañana, todos más contentos que si les hubiera tocado la lotería, y los niños ni te cuento, cuesta arriba, cuesta abajo, y ahora vamos a parar para almorzar y comemos unos cheetos, y la mayoría preguntan cuando acaba la subida, que siempre es enseguida, y luego vamos a parar a comer, y los cincuenta haciendo un circulo como para vernos todos, cosa que ya me dirás la gracia que tiene, que luego solo hablas con el de al lado, y según quién te toque al lado, y ponemos en el medio la comida, para compartirla, que luego todo queda a desmano, y al final, o no comes nada o te atiborras de pasteles de arroz, que hoy se les ha ocurrido a cuatro traer pasteles de arroz y solo a dos traer tortillas, a ver cómo se reparten entre el mogollón, que siempre hay listos entre los padres, que ponen lo de compartir como en un segundo plano, y la alimentación equilibrada también sufre, oye. 

Yo siempre me quedaba el último en las cuestas, a tirar de los niños tristes que, como yo, pensaban en que otro domingo que nos perdemos la formula 1, me cago en el monte y en la madre que lo parió.

Mi posición en la excursión era tan marginal y autista que hasta que la gente preguntaba a mi mujer si estábamos bien, y ella contestaba que sí, pero que para un día que estábamos con gente, mejor dedicarnos a hablar cada uno con cualquiera de los demás, y no entre nosotros, porque nosotros ya hablábamos en casa, que si se ha roto el lavavajillas, que si quien va a buscar al niño a natación, y esas cosas.

Y cuando dejé de ir a estos eventos, porque al final lo dejas, la gente se volvía a preguntar a mi mujer si ya nos habíamos separado.

No se puede ser raro. No te dejan en paz.

Comentarios

  1. Que prefiero al raro declarao, que al pesao cotilla insufrible que pregunta lo que no debe y se cree sensible, extrovertido y empático.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Hablando de ropa

  Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o

Vamos hombre

Egun on, Mikel. Cada vez estoy más harto de la vida en sociedad. Impone unos rigores del todo antagónicos con mi personalidad, o estado. Hasta en la tribuna. Resulta que en un córner, la pelota, después un despeje, un remate, rebotar en dos cuerpos y pegar en el larguero, fue rechazada por nuestro portero con gran alivio de la hinchada local y gran enojo de los visitantes, que reclamaban la concesión del gol. Una de estas últimas demandantes estaba sentada a mi derecha. Como estábamos a setenta metros del lugar de los hechos, más o menos desde donde se sacó esta foto, como desde ahí es imposible saber si lo que se mueve es un futbolista o un conejo, como la línea de gol no se ve porque la portería está en cuesta, como la señora portaba unas gafas cuyos vidrios eran tan gruesos como los de las mías y como parecía una mujer amable pese a sus gritos desaforados, me atreví con un comentario bienintencionado con el que aliviar esa tensión que amenazaba con provocarle una arritmia cardiaca,

Y no sé qué es peor.

Egun on, Mikel. Aquel día de finales de junio amaneció con el cielo limpio y el suelo seco. Desde el balcón oía a algunos, de esos que hacen comentarios en voz alta mientras sus perros se alivian, suspirar y decir que ya era hora, porque la semana anterior estuvo pasada por agua y las temperaturas bajaron hasta los quince grados, y ambas cosas, entrado el verano, desasosiegan a los humanos más vulnerables. A otros les da igual. Particularmente, a muchos varones de más de 50 años y algo desinhibidos que, en cuanto el termómetro pasa de los 25 grados dos días seguidos, y ven en el calendario que están en junio, sacan de la parte de arriba del armario la caja donde guardan su media docena de pantalones cortos vaqueros con dobladillo por encima de la rodilla, y sus camisas de cuadros de manga corta, planchan las prendas, o se las hacen planchar, se las ponen, y ya no se las quitan hasta después del veranillo de San Martín, en noviembre.  Vestidos de esa guisa, y debajo del paraguas, porque