Ir al contenido principal

Las máquinas y yo

La mayoría de las veces no contesto cuando llaman por teléfono.

Los móviles anuncian en la pantallita el número de la persona que llama. Y, si te has tomado la molestia de añadirlo previamente a una lista de contactos, anunciando el nombre, o el apellido, o el pseudónimo, con el que lo has integrado.

Después se unieron los fijos a lo de la pantalla, empezando por el domo de Telefónica, menudo invento.

Así, lo primero que hago cuando suena el teléfono, sea el que sea, es mirar. Y si es la de Bodegas Maset, que siempre tiene alguna promoción para mí, no contesto. Si veo un número con prefijo de Córdoba, o de alguna provincia así, tampoco. Si, por lo extraño del número, me suena que puede ser mi suegra, ni se me ocurre.

En estos tiempos miserables de la enfermedad no contesto a casi nadie, porque no me soporto repitiendo las mismas desgracias a uno y a otra, por lo que humildemente pido perdón a todos los que lo intentáis sin suerte.

La indiferencia que hay en el corazon de las máquinas ha penetrado en mi alma, lo noto

Comentarios

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  3. Te entiendo perfectamente después de dos días de estar con la doctora de la mutua, con la psiquiatra del hospital y con el psiquiatra del ambulatorio, frente a los que tienes que desnudar tus miserias y no siempre encontrar comprensión sino el mismo rollo de que llevas ya tiempo de baja, hay que intentar incorporarte ya al trabajo. En mi caso consiguen lo contrario de lo que quieren, porque me agobio con pensar que no voy a estar a la altura de lo que piden y me encuentro mendigando que aunque quisiera, no me encuentro bien y me parece que pierdo la dignidad como persona insistiendo en mi malestar. Aparte de sentirme como una mierda, delante de ellos, a los que me gustaría mandar un conjuro y conseguir que se sintieran como yo, para ver si son capaces de argumentar algo menos manido y más empático.

    Y luego cuando llego a casa hecha unos zorros, pienso que si ellos me piden mejoría y empezar a trabajar, también yo les podría pedir que hagan su trabajo y que sus terapias me mejoren, joder!. Está claro que es lo que queremos los dos, habrá que exigir a las dos partes la implicación.

    Hoy estoy superchafada y te entiendo perfectamente, debo de ser rara también.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Hablando de ropa

  Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o

Vamos hombre

Egun on, Mikel. Cada vez estoy más harto de la vida en sociedad. Impone unos rigores del todo antagónicos con mi personalidad, o estado. Hasta en la tribuna. Resulta que en un córner, la pelota, después un despeje, un remate, rebotar en dos cuerpos y pegar en el larguero, fue rechazada por nuestro portero con gran alivio de la hinchada local y gran enojo de los visitantes, que reclamaban la concesión del gol. Una de estas últimas demandantes estaba sentada a mi derecha. Como estábamos a setenta metros del lugar de los hechos, más o menos desde donde se sacó esta foto, como desde ahí es imposible saber si lo que se mueve es un futbolista o un conejo, como la línea de gol no se ve porque la portería está en cuesta, como la señora portaba unas gafas cuyos vidrios eran tan gruesos como los de las mías y como parecía una mujer amable pese a sus gritos desaforados, me atreví con un comentario bienintencionado con el que aliviar esa tensión que amenazaba con provocarle una arritmia cardiaca,

Y no sé qué es peor.

Egun on, Mikel. Aquel día de finales de junio amaneció con el cielo limpio y el suelo seco. Desde el balcón oía a algunos, de esos que hacen comentarios en voz alta mientras sus perros se alivian, suspirar y decir que ya era hora, porque la semana anterior estuvo pasada por agua y las temperaturas bajaron hasta los quince grados, y ambas cosas, entrado el verano, desasosiegan a los humanos más vulnerables. A otros les da igual. Particularmente, a muchos varones de más de 50 años y algo desinhibidos que, en cuanto el termómetro pasa de los 25 grados dos días seguidos, y ven en el calendario que están en junio, sacan de la parte de arriba del armario la caja donde guardan su media docena de pantalones cortos vaqueros con dobladillo por encima de la rodilla, y sus camisas de cuadros de manga corta, planchan las prendas, o se las hacen planchar, se las ponen, y ya no se las quitan hasta después del veranillo de San Martín, en noviembre.  Vestidos de esa guisa, y debajo del paraguas, porque