Dice Firmin que los libros, así, por término medio, saben a lo mismo que huele el café. Pero la verdad es que no todos lo libros son iguales, ni dejan el mismo sabor en la boca. Por término medio sí, estoy de acuerdo con Firmin. Por término medio los libros saben a lo mismo que huele el café. Pero luego hay que considerarlos uno a uno.
Hay libros cuya lectura es lo mismo que caminar sobre una espesa capa de yeso. Andy Whittaker lo dice así: uno piensa, al terminar una frase interminable, sin verbo ni sujeto en lontananza, y habiendo por fin alcanzado la relativa seguridad de un punto y seguido, uno piensa que no podrá con la próxima frase, que no tendrá suficiente fuerza de voluntad para despegar la bota de la masa pegajosa y proyectarla penosamente hacia delante, para volver a hundirla en el paso siguiente; hasta que al final sucede que de veras no puede uno más, y se abstiene, y llega el momento de dejar que el conjunto se nos caiga del regazo al suelo (Sam Savage, El lamento del perezoso, Seix Barral, BCN 2009, pag. 45). A mi, fijaros la baja estofa de mis gustos literarios, me pasó con La naúsea, de Sartre, todo un Premio Nobel de Literatura, lo que sufrí leyéndolo. Y últimamente con Maldito Karma, de David Safier, que es un libro que le gusta a todo el mundo y que yo tardé tres meses en acabar, menuda historia.
Esta mierda de libros no saben a lo mismo que huele el café.
Otros en cambio dejan un poso como el que dejan los vinos de reserva de Ribera del Duero, o de Rioja, o de un Syrah riquísimo que hacen en el Penedés. Hasta que no se va el sabor de la boca no puedo empezar con otro libro. Me pasó con Firmin, del mismo Savage que he citado hace un rato.
Pero ya no hacen libros así.
Por eso tomo café a todas horas.
Y vino. También. A todas horas.
Hay libros cuya lectura es lo mismo que caminar sobre una espesa capa de yeso. Andy Whittaker lo dice así: uno piensa, al terminar una frase interminable, sin verbo ni sujeto en lontananza, y habiendo por fin alcanzado la relativa seguridad de un punto y seguido, uno piensa que no podrá con la próxima frase, que no tendrá suficiente fuerza de voluntad para despegar la bota de la masa pegajosa y proyectarla penosamente hacia delante, para volver a hundirla en el paso siguiente; hasta que al final sucede que de veras no puede uno más, y se abstiene, y llega el momento de dejar que el conjunto se nos caiga del regazo al suelo (Sam Savage, El lamento del perezoso, Seix Barral, BCN 2009, pag. 45). A mi, fijaros la baja estofa de mis gustos literarios, me pasó con La naúsea, de Sartre, todo un Premio Nobel de Literatura, lo que sufrí leyéndolo. Y últimamente con Maldito Karma, de David Safier, que es un libro que le gusta a todo el mundo y que yo tardé tres meses en acabar, menuda historia.
Esta mierda de libros no saben a lo mismo que huele el café.
Otros en cambio dejan un poso como el que dejan los vinos de reserva de Ribera del Duero, o de Rioja, o de un Syrah riquísimo que hacen en el Penedés. Hasta que no se va el sabor de la boca no puedo empezar con otro libro. Me pasó con Firmin, del mismo Savage que he citado hace un rato.
Pero ya no hacen libros así.
Por eso tomo café a todas horas.
Y vino. También. A todas horas.
Aunque eres un "león" empedernido y me sacas varias cabezas en libros leídos por mes, me voy a permitir aconsejarte dos.
ResponderEliminarNo son divertidos exactamente, el primero es, "Historia de un idiota contada por sí mismo" o El contenido de la felicidad, de Félix de Azúa, de 1986, ¡fíjate a dónde va la burra! a la profundidad del siglo pasado.
El segundo está escrito por una mujer, para mí es el libro más terrible, inteligente e inesperado que he leído, escrito en una narrativa simple, nada de sucesiones de frases de relativo, interminables y pastosas. Es
"Claus y Lucas" Una mirada al mundo con ojos de niño malo, de Agota Kristof.
Te los puedo pasar los dos en vivo y en directo, si quieres. Y el segundo, el más aconsejado, te lo envío por correo en pdf. para el ebook.