Ir al contenido principal

lo que tiene ir a deshoras a los sitios

Lo bueno de estos horarios flexibles que tengo es que me permiten ir al Eroski a horas a las que nunca fui, y en las que pasan las cosas más insospechadas, como encontrarse con un individuo de acento extranjero y que parecia recién bajado de la Roca de Masada que me aborda por el pasillo y me pregunta a ver si sé dónde está el Mar Muerto.

- chaval, que yo estoy muy versado en Geografía
, contesté. Está entre Israel y Jordania.

- es usted muy inteligente,
me dijo (se ve que nadie sabía dónde está el Mar Muerto).

- Hombre, pero para eso no hacía falta preguntarme nada, que ya se ve, con esta gorra y este porte.

Sin sonreir siquiera ante mi comentario, se dio la vuelta, se dirigió a un mostrador y se puso a revolver en un cuenco transparente que contenía algo azul.

- Permita que le de a probar sal del Mar Muerto, iba diciendo.

- Ni pensarlo, soy hipertenso
.

Y me fui camino del Súper, donde a esas horas un empleado provisto de un estadillo analiza el trabajo de las cajeras, para poner a la más lenta en la caja rápida, pensando, no sé por qué, que los clientes que solo llevamos ocho artículos tenemos menos prisa que los que llevan once, o cincuenta y uno.

Se me quitó de la cabeza el plan de hacer la compra de diez artículos cada día en lugar de sesenta el sábado, al que andaba dando vueltas.

Como iba sumido en estas cavilaciones, no me dí cuenta de que estaba metiendo la llave en un Citröen Xantia que no era el mío, dale que te pego, atrás y adelante, hasta que sonó la alarma, y por simpatía las de otras cuatro coches que estaban al lado.

Vaya vergüenza pasé, con los vigilantes jurado haciendome preguntas y pruebas de toxicomanías.

Pero luego, en media horita, encontré mi coche.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Hablando de ropa

  Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o

Vamos hombre

Egun on, Mikel. Cada vez estoy más harto de la vida en sociedad. Impone unos rigores del todo antagónicos con mi personalidad, o estado. Hasta en la tribuna. Resulta que en un córner, la pelota, después un despeje, un remate, rebotar en dos cuerpos y pegar en el larguero, fue rechazada por nuestro portero con gran alivio de la hinchada local y gran enojo de los visitantes, que reclamaban la concesión del gol. Una de estas últimas demandantes estaba sentada a mi derecha. Como estábamos a setenta metros del lugar de los hechos, más o menos desde donde se sacó esta foto, como desde ahí es imposible saber si lo que se mueve es un futbolista o un conejo, como la línea de gol no se ve porque la portería está en cuesta, como la señora portaba unas gafas cuyos vidrios eran tan gruesos como los de las mías y como parecía una mujer amable pese a sus gritos desaforados, me atreví con un comentario bienintencionado con el que aliviar esa tensión que amenazaba con provocarle una arritmia cardiaca,

Y no sé qué es peor.

Egun on, Mikel. Aquel día de finales de junio amaneció con el cielo limpio y el suelo seco. Desde el balcón oía a algunos, de esos que hacen comentarios en voz alta mientras sus perros se alivian, suspirar y decir que ya era hora, porque la semana anterior estuvo pasada por agua y las temperaturas bajaron hasta los quince grados, y ambas cosas, entrado el verano, desasosiegan a los humanos más vulnerables. A otros les da igual. Particularmente, a muchos varones de más de 50 años y algo desinhibidos que, en cuanto el termómetro pasa de los 25 grados dos días seguidos, y ven en el calendario que están en junio, sacan de la parte de arriba del armario la caja donde guardan su media docena de pantalones cortos vaqueros con dobladillo por encima de la rodilla, y sus camisas de cuadros de manga corta, planchan las prendas, o se las hacen planchar, se las ponen, y ya no se las quitan hasta después del veranillo de San Martín, en noviembre.  Vestidos de esa guisa, y debajo del paraguas, porque