Desde que pusieron una tienda de mascotas en la calle San José ando dudando entre si comprarme un perro o un gato. Porque lo del hurón lo descarté al ver sus cacas, puaj. ¿He dicho ando? No. Andaba dudando. Ya he tomado la decisión. Será un gato. Porque he conocido que una cuadrilla de desocupados, digo un grupo de investigadores del prestigioso departamento de tecnología de la Universidad de Massachussets ha podido comprobar que los gatos beben agua de manera mucho más silenciosa que los perros, gracias a que combinan perfectamente las fuerzas de inercia y de gravedad, al poner su lengua en forma de J, mayúscula claro, y recoger con la parte de abajo de la jota, digo de la lengua, el agua y depositarla después suavemente en el orificio que corresponda. Los perros no. Son más guarros que un señor que tenía hospedado mi suegra, que sorbía la sopa directamente del plato, sin cuchara ni nada, y hacen un ruido insoportable. Y de ruidos tengo bastante con los de mi estómago y los de los camiones de basura de las seis de mañana.
Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o
Ten en cuenta también, el dicho de toda la vida:
ResponderEliminarel gato es de la casa;
el perro, es del dueño.
Y en cuanto a las cacas de ambos, también se cumple:
las del gato, en la caja de casa,
las del perro...son del dueño, salvo que sea un guarro integral.