las rotondas, los fines de semana, los dispositivos via - T para pasar por los peajes sin hacer cola, los tornos de entrada a San Mamés, los partidos de la sexta, la decoración de Navidad de El Corte Inglés, las cabalgatas de Reyes, las velas perfumadas, las mesas camilla, los cables que unen el reproductor de DVD, el decodificador de la TDT y la tele, la programación de Disney Channel, las gafas de pasta, las tarjetas de felicitación de Navidad, las homilias de Munilla, las películas de Chuck Norris, los cotillones de Reyes, los centros comerciales, y muchas cosas más
Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o
Una cosa que es a mala leche también desde hace meses, es que a la cerradura del portal hay que cogerle un puntillo para conseguir abrirla. Siempre se abre, es verdad, pero nunca sabes a qué número de intentos va a ser cada vez.
ResponderEliminarAl poner la llave ( y si es de noche más y si viene alguien que no conozco por la calle, ni te cuento) me acuerdo de todas las películas de miedo que he visto, en las que les da tiempo justo, justo a abrir y en las que no les dio tiempo y la cagaron.
Oigo el bombo de mi corazón latiendo a cien por hora y hasta la música de alguna peli que va aumentando en estridencia hasta llegar al momento cumbre, ¡chanchán!, ¡¡chanchán!!, ¡¡¡chanCHÁN!!! ¡¡¡¡CHANCHÁN!!!!, ¡¡¡¡¡¡CCHHAANNCCHHÁÁÁNN!!!!!!.......
¡Jobar, vaya subidón de adrenalina a lo idiota!
Si nunca me ha pasado nada,
pero la imaginación vuela como una loca. ¡Uf!