Ir al contenido principal

el bar de Koldo

Cuando vives en una casa con mucha gente hay muchas posibilidades de que en cada momento haya alguien enfadado por alguna razón: que no me sale, que no encuentro las llaves, que no me lo deja, que me lo quita, que quien me ha cambiado los calcetines de sitio y cosas mucho menos serias que las anteriores.

He puesto a la entrada un medidor de frecuencias para testar la contaminación ambiental por neuronas alteradas. Si dentro no hay nadie enfadado, marca verde. Eso dijo el técnico, pero yo no lo he visto verde ni cuando no hay nadie en casa, porque el efecto de los cabreos perdura en la atmíosfera y tarda más horas en disiparse que una mancha de fuel en la Costa da Morte. Si dentro hay uno enfadado, marca ámbar. Si hay dos, naranja. Si hay tres, rojo. Y si estan todos enfadados, morado.

Si entro y está ámbar, busco el origen y me aplico a trabajar para que se le pase el enfado. De uno en uno puedo con todos. Si está en naranja rezó un padrenuestro mientras me quito la chaqueta. Si está en rojo me doy por jodido. Y si está en morado me doy la vuelta y me voy al bar de Koldo a tomarme una piparra con un txakolí.

O veinte, hasta que se pase.

Comentarios

  1. En mi casa es al revés.

    El que entra puede venir de cualquiera de los colores cálidos del arco iris, pero siempre se encuentra en la entrada: unos ojitos vivarachos que se derriten de ternura al verle; un rabo en movimiento que golpea en la puerta de entrada de forma periódica, que suena a tam-tam de bienvenida; un meneillo saleroso de todo el cuerpo que se muere de gusto por verte y unos saltos calculados justo para rozarte con el morrillo en la cara.

    Para cuando llegas al cuarto a dejar las cosas, ya han bajado por lo menos dos enteros de graduación respecto a la posición de entrada.

    Y por si todavía quedan residuos, al poco tiempo la tienes detrás lanzándote la pelota a los pies y en posición de "venga, juega y tirámela" y es cuando la achuchas como si fuera un peluche y su contacto calentito y peludito es como una caldo de sopa para el alma.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Hablando de ropa

  Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o

Vamos hombre

Egun on, Mikel. Cada vez estoy más harto de la vida en sociedad. Impone unos rigores del todo antagónicos con mi personalidad, o estado. Hasta en la tribuna. Resulta que en un córner, la pelota, después un despeje, un remate, rebotar en dos cuerpos y pegar en el larguero, fue rechazada por nuestro portero con gran alivio de la hinchada local y gran enojo de los visitantes, que reclamaban la concesión del gol. Una de estas últimas demandantes estaba sentada a mi derecha. Como estábamos a setenta metros del lugar de los hechos, más o menos desde donde se sacó esta foto, como desde ahí es imposible saber si lo que se mueve es un futbolista o un conejo, como la línea de gol no se ve porque la portería está en cuesta, como la señora portaba unas gafas cuyos vidrios eran tan gruesos como los de las mías y como parecía una mujer amable pese a sus gritos desaforados, me atreví con un comentario bienintencionado con el que aliviar esa tensión que amenazaba con provocarle una arritmia cardiaca,

Y no sé qué es peor.

Egun on, Mikel. Aquel día de finales de junio amaneció con el cielo limpio y el suelo seco. Desde el balcón oía a algunos, de esos que hacen comentarios en voz alta mientras sus perros se alivian, suspirar y decir que ya era hora, porque la semana anterior estuvo pasada por agua y las temperaturas bajaron hasta los quince grados, y ambas cosas, entrado el verano, desasosiegan a los humanos más vulnerables. A otros les da igual. Particularmente, a muchos varones de más de 50 años y algo desinhibidos que, en cuanto el termómetro pasa de los 25 grados dos días seguidos, y ven en el calendario que están en junio, sacan de la parte de arriba del armario la caja donde guardan su media docena de pantalones cortos vaqueros con dobladillo por encima de la rodilla, y sus camisas de cuadros de manga corta, planchan las prendas, o se las hacen planchar, se las ponen, y ya no se las quitan hasta después del veranillo de San Martín, en noviembre.  Vestidos de esa guisa, y debajo del paraguas, porque