Cuando vives en una casa con mucha gente hay muchas posibilidades de que en cada momento haya alguien enfadado por alguna razón: que no me sale, que no encuentro las llaves, que no me lo deja, que me lo quita, que quien me ha cambiado los calcetines de sitio y cosas mucho menos serias que las anteriores.
He puesto a la entrada un medidor de frecuencias para testar la contaminación ambiental por neuronas alteradas. Si dentro no hay nadie enfadado, marca verde. Eso dijo el técnico, pero yo no lo he visto verde ni cuando no hay nadie en casa, porque el efecto de los cabreos perdura en la atmíosfera y tarda más horas en disiparse que una mancha de fuel en la Costa da Morte. Si dentro hay uno enfadado, marca ámbar. Si hay dos, naranja. Si hay tres, rojo. Y si estan todos enfadados, morado.
Si entro y está ámbar, busco el origen y me aplico a trabajar para que se le pase el enfado. De uno en uno puedo con todos. Si está en naranja rezó un padrenuestro mientras me quito la chaqueta. Si está en rojo me doy por jodido. Y si está en morado me doy la vuelta y me voy al bar de Koldo a tomarme una piparra con un txakolí.
O veinte, hasta que se pase.
He puesto a la entrada un medidor de frecuencias para testar la contaminación ambiental por neuronas alteradas. Si dentro no hay nadie enfadado, marca verde. Eso dijo el técnico, pero yo no lo he visto verde ni cuando no hay nadie en casa, porque el efecto de los cabreos perdura en la atmíosfera y tarda más horas en disiparse que una mancha de fuel en la Costa da Morte. Si dentro hay uno enfadado, marca ámbar. Si hay dos, naranja. Si hay tres, rojo. Y si estan todos enfadados, morado.
Si entro y está ámbar, busco el origen y me aplico a trabajar para que se le pase el enfado. De uno en uno puedo con todos. Si está en naranja rezó un padrenuestro mientras me quito la chaqueta. Si está en rojo me doy por jodido. Y si está en morado me doy la vuelta y me voy al bar de Koldo a tomarme una piparra con un txakolí.
O veinte, hasta que se pase.
En mi casa es al revés.
ResponderEliminarEl que entra puede venir de cualquiera de los colores cálidos del arco iris, pero siempre se encuentra en la entrada: unos ojitos vivarachos que se derriten de ternura al verle; un rabo en movimiento que golpea en la puerta de entrada de forma periódica, que suena a tam-tam de bienvenida; un meneillo saleroso de todo el cuerpo que se muere de gusto por verte y unos saltos calculados justo para rozarte con el morrillo en la cara.
Para cuando llegas al cuarto a dejar las cosas, ya han bajado por lo menos dos enteros de graduación respecto a la posición de entrada.
Y por si todavía quedan residuos, al poco tiempo la tienes detrás lanzándote la pelota a los pies y en posición de "venga, juega y tirámela" y es cuando la achuchas como si fuera un peluche y su contacto calentito y peludito es como una caldo de sopa para el alma.