El portero falló en la salida, y en lugar de atrapar el balón o despejarlo bien lejos, lo dejó muerto a los pies del delantero. Todo el bar prorrumpió en improperios, dirigidos a él y a sus familiares y amigos más cercanos.
Uno fue más original, y gritó:
- Iraizoz, qué feo eres!
Lo miré. No pude evitarlo. Poco pelo, salvo en los orificios nasales y en los de las orejas. El de la cabeza, encrespado como si hubiese metido los dedos en un enchufe, y de distintas tonalidades de gris. Los ojos, cada uno a una altura distinta, y de la nariz no se veía el final, porque lo tapaba una señora. La boca era poco más que una abertura en la parte de abajo por la que detrás del aliento a azufre dejaba ver un conjunto de dientes negros desiguales.
- ¿Feo quién?, le pregunté.
Uno fue más original, y gritó:
- Iraizoz, qué feo eres!
Lo miré. No pude evitarlo. Poco pelo, salvo en los orificios nasales y en los de las orejas. El de la cabeza, encrespado como si hubiese metido los dedos en un enchufe, y de distintas tonalidades de gris. Los ojos, cada uno a una altura distinta, y de la nariz no se veía el final, porque lo tapaba una señora. La boca era poco más que una abertura en la parte de abajo por la que detrás del aliento a azufre dejaba ver un conjunto de dientes negros desiguales.
- ¿Feo quién?, le pregunté.
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