Aparqué el coche en un parking debajo de la Catedral, y cuando sali a la superficie, con los pasteles en una mano y la maleta en la otra, con una pinta de paleto que veia comentar a la gente, me dí cuenta de que no sabía donde estaba el colegio al que iba. Me paré a ver si se oía ruido de niños en algún lado, y como se oía nada, tomé una calle para arriba hasta llegar a una escuela, que rodeé, y como no ví cartel alguno dije no es este, y volví a bajar la calle, un kilómetro, hasta el bulevar, donde la calle cambiaba de nombre. El que tenía la calle nueva no me sonaba de nada, así que me dije tranquilo, todavía tienes dos minutos, entra en un bar, consulta el google earth y ya está. Como no había bar me senté en el suelo, dejando los pasteles a un lado y espantando a un gato asqueroso que se había acercado a olerlos, saqué el ordenador y consulté. Entonces me dí cuenta de que no era en la calle en la que estaba sino en otra, así que cerré el ordenador, me pillé la corbata con la tapa, dí otra patada al gato y me puse en camino, cambiando los pasteles y la maleta de mano, a ver si la postura era más digna, pero qué va, hasta el gato me seguía descojonandose. Rodeé todo lo que puede rodear un inepto integral y aparecí en el colegio por el que había merodeado hacía un cuarto de hora, reparando, ahora sí, en un cartel gigantesco que había sobre la puerta principal, y que decía, o al menos eso me pareció leer, este es el colegio que buscabas, cacho merluzo.
Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o
Y seguro que en el móvil, o en el iphone, o en el ipod tendrás un GPS, que te diría, si le hubieras preguntado, "el colegio ese, está aquí".
ResponderEliminarO el mismísimo gato te hubiera indicado la entrada si no le hubieras dado patadas. Te pones nervioso y atizas a diestro y siniestro, sin respetar a las criaturas de Dios, que el único mensaje que te estaba lanzando es ¡qué ricos pasteles llevas, tío!. Y eso es un halago, que no merece una coz.
Una prueba, para subir mi foto,
ResponderEliminarQue ya me he cansado de esa especie de cagarruta blanca en fondo naranja.