En el Ayuntamiento de Madrid alguien reparó en que el aire estaba lleno de inmundicias, y que los madrileños notaban ya el plomo bajando por las vías altas camino de los pulmones dispuesto a convertirse en cáncer. Entonces informó a su superior, que tomó cartas en el asunto, cambiando los sistemas de medición, quitando una estación de aquí y poniendo otra allá. Los nuevos números dicen que la calidad del aire ha mejorado, y los madrileños lo agradecen.
Me parece una decisión muy apropiada. Yo hice lo mismo la semana pasada, porque estaba hasta aquí de los sobresaltos al tomarme la tensión. Cambié el aparato electrónico por otro de esos de aire, cuyo misterioso funcionamiento me es absolutamente ajeno, y me ha bajado la tensión. En realidad, me ha desaparecido, porque esos cacharros son de oir, y yo no oigo nada. Ni cuando sube, ni cuando baja.
Como los madrileños con el aire, yo también he agradecido el cambio, y que haya pasado ya el tiempo de los sobresaltos.
Me parece una decisión muy apropiada. Yo hice lo mismo la semana pasada, porque estaba hasta aquí de los sobresaltos al tomarme la tensión. Cambié el aparato electrónico por otro de esos de aire, cuyo misterioso funcionamiento me es absolutamente ajeno, y me ha bajado la tensión. En realidad, me ha desaparecido, porque esos cacharros son de oir, y yo no oigo nada. Ni cuando sube, ni cuando baja.
Como los madrileños con el aire, yo también he agradecido el cambio, y que haya pasado ya el tiempo de los sobresaltos.
Hace muchos años vivía un rey que era comedido en todo excepto en una cosa: se preocupaba mucho por su vestuario. Un día escuchó a dos charlatanes llamados Guido y Luigi Farabutto decir que podían fabricar la tela más suave y delicada que pudiera imaginar. Esta prenda, añadieron, además tenía la especial capacidad de ser invisible para cualquiera estúpido o incapaz para su cargo.
ResponderEliminarPor supuesto, no había prenda alguna sino que los pícaros hacían que como que trabajaban en la ropa, pero se quedaban ellos los ricos materiales que solicitaban para tal fin.
Sintiéndose algo nervioso acerca de si él mismo sería capaz de ver la prenda o no, el emperador envió primero a dos de sus hombres de confianza a verlo. Evidentemente, ninguno de los dos admitieron que eran incapaces de ver la prenda y comenzaron a alabar a la misma. Toda la ciudad había oído hablar del fabuloso traje y estaba deseando comprobar cuán estúpido era su vecino.
Los estafadores hicieron como que le ayudaban a ponerse la inexistente prenda y el emperador salió con ella en un desfile sin admitir que era demasiado inepto o estúpido como para poder verla.
Toda la gente del pueblo alabó enfáticamente el traje temerosos de que sus vecinos se dieran cuenta de que no podían verlo, hasta que un niño dijo:
«Pero si va desnudo»
La gente empezó a cuchichear la frase hasta que toda la multitud gritó que el emperador iba desnudo. El emperador lo escuchó y supo que tenían razón, pero levantó la cabeza y terminó el desfile.
El traje nuevo del emperador es un cuento de hadas danés escrito por Hans Christian Andersen y publicado en 1837.
La metáfora indica una situación en la que una amplia (y usualmente sin poder) mayoría de observadores decide de común acuerdo compartir una ignorancia colectiva de un hecho obvio, aun cuando individualmente reconozcan lo absurdo de la situación.
Qué poco hemos mejorado la humanidad en ese aspecto, desde el siglo XIX al XXI.