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rocieros

Se les rompió un varal del paso de la Virgen del Rocío y todos los rocieros se echaron a llorar. Eran miles, así que el espectáculo era como de tragedia griega. Algunos lloraban por ese llanto tonto que te da cuando te has bebido dos docenas de gin tonics. Otros, porque habían cogido los días de vacaciones para ver a la blanca paloma, y la blanca paloma, según vió que le faltaba un pie dijo que media vuelta y para dentro, que con esas pintas ella no sale. Otros lloraban porque son de lágrima fácil, y lo mismo lloran por esta chorrada que por otra, como cuando el Betis se va a segunda, cosa que tiene por costumbre. Y otros porque se habían gastado un dineral en venir desde Antequera, que es por donde sale el sol, hasta Almonte, con el carromato lleno de manzanilla y de latas de mejillones para invitar a la peña. Una señora lloraba porque quería pedirle algo a la Virgen y ya no iba a poder.

¿Pero no podría enviar la Junta a un equipo de psicólogos de esos que van a los terremotos y a los accidentes de carretera con muertos para que ayude a toda esa pobre gente y encierre a los que tenga que encerrar en un psiquiátrico, les dé un cafe cargado a los que van cocidos y les diga a los demás que dejen de llorar por tonterías?

¿Y no podría la Junta tener un equipo de teólogos de guardia para estos eventos, que le diga a la señora esa que a la Virgen le puede pedir lo que quiera desde cualquier sitio, que la Virgen era la madre de Dios y si Dios puede todo ella más y te escucha aunque hables bajito?

Qué poca previsión, por dios.

Comentarios

  1. ¡Pero bueno, que me ha pasado lo mismo que a los rocieros!

    Y cuando ya iba a acabar un comentario largo y hasta gracioso, ha hecho un quiebro y no lo he podido sacar.

    Bueno, yo no lloro, pero tampoco lo vuelvo a escribir, a ver si el año que viene "pué ser"

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Declaración de intenciones

Las lágrimas se guardan para los entierros, y la vida hay que buscarla allí donde lo dejan a uno. En una casa buena de Cádiz o en el infierno. Donde sea, donde se pueda El asedio, de Arturo Pérez Reverte Esta es la sabiduría de Felipe Mojarra, salinero, de la Isla, de barro hasta las rodillas y que pelea contra el francés, en el año de 1811, en la Bahía de Cádiz, sin saber por qué. Y esa es la que buscaré compartir con vosotros cada mañana desde este rinconcito de la red. ¡Qué gusto volver a escribir!
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