Como dicen que soy muy pesado, me he propuesto mirar, medir, pesar y sopesar las palabras que tengo intención de emitir. Estoy en periodo de pruebas.
Trato de mirar más los vocablos que me vienen a la boca trasladados del cerebro, y antes de eso miro de arriba abajo a la persona a quien se los tengo intención de decir: su gesto, su rictus, qué palabra más fea, rictus, su mirada, y sobre todo si lleva tacones o marcapasos, corbata o manchas de nutella, que son los cuatro tipos de personas que conozco.
También peso y sopeso las palabras, que no sé lo que es, sopesar, pero lo hago.
Y las mido, como decían a los forasteros que había que hacer, en las películas del oeste.
Y entonces voy probando, pero todo para dentro de mí mismo, si es mejor usar esa palabra, otra palabra, o ninguna palabra. A lo largo de todo este proceso permanezco en silencio. Un silencio grave y reconcentrado. En tensión y con los labios apretados, porque hay palabras que no se conforman con un no, y quieren salir.
Ese silencio se prolonga aún más, lógicamente, en el caso que haya decidido no hablar. Y entonces ya puedo prepararme, porque mientras que solo algunas palabras quieren ser dichas a toda costa, cuando las mando de vuelta al cerebro, son todas las que protestan, que a ver si para eso hemos hecho el viaje, que a ver esto quien lo paga, que siempre estamos igual, y se monta en mi interior un conflicto que no siempre acierto a resolver con solvencia, y que no siempre es bien entendido por quienes me rodean por fuera.
Trato de mirar más los vocablos que me vienen a la boca trasladados del cerebro, y antes de eso miro de arriba abajo a la persona a quien se los tengo intención de decir: su gesto, su rictus, qué palabra más fea, rictus, su mirada, y sobre todo si lleva tacones o marcapasos, corbata o manchas de nutella, que son los cuatro tipos de personas que conozco.
También peso y sopeso las palabras, que no sé lo que es, sopesar, pero lo hago.
Y las mido, como decían a los forasteros que había que hacer, en las películas del oeste.
Y entonces voy probando, pero todo para dentro de mí mismo, si es mejor usar esa palabra, otra palabra, o ninguna palabra. A lo largo de todo este proceso permanezco en silencio. Un silencio grave y reconcentrado. En tensión y con los labios apretados, porque hay palabras que no se conforman con un no, y quieren salir.
Ese silencio se prolonga aún más, lógicamente, en el caso que haya decidido no hablar. Y entonces ya puedo prepararme, porque mientras que solo algunas palabras quieren ser dichas a toda costa, cuando las mando de vuelta al cerebro, son todas las que protestan, que a ver si para eso hemos hecho el viaje, que a ver esto quien lo paga, que siempre estamos igual, y se monta en mi interior un conflicto que no siempre acierto a resolver con solvencia, y que no siempre es bien entendido por quienes me rodean por fuera.
No sé por qué me pega que eso de usar el calificativo de "pesado" venga de un subtipo: adolescente, dentro de cualquiera de los cuatro tipos que conoces (aunque no sé si hay adolescentes con corbata, en algún centro educativo los hay y también hay adolescentes con más de 30 años. Más difícil es lo de adolescentes con marcapasos)
ResponderEliminarTambién en la familia, donde hay confianza, suele oirse lo de "pesado", es más por años de convivencia encontrándonos en idénticas situaciones, que por pesadez real.
Pero sea el motivo que fuere, no quiero perderme la introspección que estás y vas a estar haciendo, tan jugosa.