El egunon de esta mañana tiene que ser muy serio, porque a Mikel, cuando se ríe, le tiran los puntos, y cuando se ríe a carcajadas acaba llorando. Así que quiero deciros que desde que soy un conductor reeducado y sensibilizado soy más circunspecto que antes, respeto todas las señales de tráfico, paro delante de los semáforos en ámbar, en lugar de acelerar, miro para todos los lados delante de los pasos de cebra, y siempre estoy muy serio mirando para adelante o por los retrovisores. Nada me distrae, y me he convertido en un palizas al volante. No doy conversación, no escucho lo que dicen, me trago la música que me ponen sin protestar más que levemente, y solo me doy al cachondeo en el área de servicio de Los Monegros. Ya os explicaré por qué, si lo descubro.
Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o
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