Como quería ser solidario con Mikel, nada más llegar a Madrid me fui a cortar los pelos, en el ratito libre que tenía. Me hizo el arreglo un joven musulmán que se paraba a cada rato a mirar la tele. En una peluquería de caballeros de Villaverde con el suelo alfombrado de pelos de varias generaciones, y mierda por toneladas en los espejos y en los hules que cubrian cualquier espacio donde se pudiera depositar un algo. El muchacho tampoco daba conversación, y eso ya es un punto. Mientras pasaba la maquineta, miraba al televisor y mantenía con los protagonistas, o con los espíritus de sus antepasados, yo que sé, una conversación entrecortada de risas y de jaculatorias. Se había aprendido mi cabeza de memoria y no necesitaba mirar, más que de vez en cuando, o cuando notaba sangre en los dedillos, y para poner un apósito remojado en alcohol de 90. Buen rato no pasé, pero por seis euros...
Las lágrimas se guardan para los entierros, y la vida hay que buscarla allí donde lo dejan a uno. En una casa buena de Cádiz o en el infierno. Donde sea, donde se pueda El asedio, de Arturo Pérez Reverte Esta es la sabiduría de Felipe Mojarra, salinero, de la Isla, de barro hasta las rodillas y que pelea contra el francés, en el año de 1811, en la Bahía de Cádiz, sin saber por qué. Y esa es la que buscaré compartir con vosotros cada mañana desde este rinconcito de la red. ¡Qué gusto volver a escribir!
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