Una anciana a la que tenían aburridos los de Euskaltel se apostó delante del teléfono con un pito de árbitro, y en cuanto sonó y escuchó aquello de conoce usted las ventajas de la fibra le soltó un pitido que le dejó al comercial todos los huesecillos del oido interno del revés. Los médicos le diagnosticaron una pérdida auditiva del 650%, y el juez condenó a la señora por un delito de lesiones a pagar 800 euros al lesionado. Seguro que hay formas más sanas de protestar. Y más baratas.
Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o
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