Me encontré con el coche en la Gran Vía esperando que el semáforo cambiara de color, y delante de mí estaban paradas dos peatonas guapísimas hablando animadamente con sus carpetas y sus bolsos y sus coletas. Pensé qué bien, una performance en directo, dos chicas aplastadas por el CO2 en plena urbe como si la cosa no fuera con ellas, pero no, eran dos palurdas obstaculizando el tráfico, sin más.
Las lágrimas se guardan para los entierros, y la vida hay que buscarla allí donde lo dejan a uno. En una casa buena de Cádiz o en el infierno. Donde sea, donde se pueda El asedio, de Arturo Pérez Reverte Esta es la sabiduría de Felipe Mojarra, salinero, de la Isla, de barro hasta las rodillas y que pelea contra el francés, en el año de 1811, en la Bahía de Cádiz, sin saber por qué. Y esa es la que buscaré compartir con vosotros cada mañana desde este rinconcito de la red. ¡Qué gusto volver a escribir!
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