Cuando dentro de un rato entre Mikel en el quirófano, la anestesista no tendrá que decirle aquello de "piensa en algo bonito", hasta que la anestesia haga su efecto, sino que le preguntará a ver qué haces descojonao de la risa, si te vamos a operar, y Mikel le contestará que es porque se está imaginando a una señora que hacía la rehabilitación con su tío en Cruces por las mañanas. Antonia, se llamaba, la que se metía con gafas de ver en la piscina, y con un gorro de flores de plástico, que no debía haber visto un hombre en su vida y me decía aquello de "ven pa´cá guapetón, que te doy un achuchón", y yo me moría de vergüenza, y que, pese a tenerlo prohibido, decía "vamos a nadar un rato", y se ponía a hacer unos largos a krol, por llamarlo de alguna manera, pegando con los pinreles en el suelo, porque cubría por las rodillas, embutida en flotadores por arriba y por abajo, sacando los bracitos así, casí sin poder moverlos, cantando "soy la reina de los mares", entre las coñas de
los enfermos que concurríamos, y las broncas del fisioterapeuta que veía como
de un momento a otro se le iba a salir del sitio la columna vertebral.
Las lágrimas se guardan para los entierros, y la vida hay que buscarla allí donde lo dejan a uno. En una casa buena de Cádiz o en el infierno. Donde sea, donde se pueda El asedio, de Arturo Pérez Reverte Esta es la sabiduría de Felipe Mojarra, salinero, de la Isla, de barro hasta las rodillas y que pelea contra el francés, en el año de 1811, en la Bahía de Cádiz, sin saber por qué. Y esa es la que buscaré compartir con vosotros cada mañana desde este rinconcito de la red. ¡Qué gusto volver a escribir!
Y que continúe habiendo muchas Antonias con sus gorros prodigiosos capaces llenar de sonrisas un quirófano.
ResponderEliminarAupa Mikel!!!