Momentazo coche de alquiler en plena madrugada de la sierra madrileña es cuando llegas a Collado Villalba y encuentras un hueco para aparcar enfrente del hotel, y notas, al intentar meter la marcha atrás, que no sabes cómo se hace, y lo intentas de todas las maneras que entran en los coches normales la marcha atrás y nada, los coches coreanos es lo que tienen, y detrás, porque estás en medio de la carretera de La Coruña, ya hay una fila de seis o siete, y de frente viene un camión tuneado repleto de seguidores de La Roja, que acaba de ganar la Eurocopa, cantando yo soy español, español, español, italiano el que no bote te te, y cosas de esas, y pidiendome que haga sonar la bocina para sumarme a la fiesta, pero tampoco acierto con la bocina y se mosquean y me llaman italiano de mierda, y se van, y yo meto primera a ver si doy la vuelta en la siguiente rotonda, y la doy, y voy dando vueltas a las rotondas pasando doce veces por delante del hotel pensando Mikel y Ángela estarán tan tranquilos en casa comiendo picsas y yo aquí como un pelele, y que no me reconozcan los del camión de la roja, que por ahí vienen de frente otra vez, y sí me reconocen, italiano de mierda, hasta que me harto y me meto en una parada de bus a buscar la marcha atrás, y la encuentro, porque al final si das la luz todo se encuentra, que yo veia un 6 donde había una R y así no había forma, y por fin llego al hotel y me doy cuenta de que he tardado media hora desde el aeropuerto y otra media en aparcar. Y me voy a dormir oyendo al camión de la roja pasar por debajo de mi ventana cada tres minutos durante tres horas, yo soy español, español, español, italiano el que no bote te bote te bote te...
Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o
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