Me decía Mikel esta mañana en la sala de espera del neurocirujano que quería empezar a escribir, y yo le he dicho que se lo piense dos veces, porque aunque al principio tiene su gracia, luego presenta algunos inconvenientes. Sin ir más lejos, al que esto suscribe le aconteció en la mañana de ayer un hecho paranormal que he puesto en su conocimiento, y ahora en el de todos, y tiene que ver con lo de escribir. Resulta que tengo que presentar un trabajo en el mes de septiembre: 40 hojas DIN A4, con espacio tal y márgenes tal y cual. A las siete de la mañana, cuando me puse a la tarea, llevaba escritas 23 páginas. Y hala, quita, pon, corrige un poco, esto sobra, esto falta... tan a gusto en mi labor creadora que se me fue yendo el santo al cielo, y a las doce, cuando dije ya está bien me voy a poner un vermú, el número de páginas escritas era de 21. Esto quiere decir que en cinco horas de trabajo había desescrito dos páginas. Así que me puse un vermú, detrás de otro.
Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o
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