Cuando despegamos ya iban 2-0, y por lo que me dan mis cuarenta años de experiencia en mundiales y eurocopas, sabía que los italianos no meterían un gol a no ser que el partido durara hasta el jueves. Lo que estuvo feo es que el comandante dijera que ya éramos campeones de Europa, al meter el cuarto, porque dos italianos que iban sentados delante de mí preguntaron a ver si ellos también eran campeones de Europa, y que a ver cómo era eso. Y tampoco estuvo bien que el vecino de asiento quisiera abrazarme, rompiendo una barrera de pudor y de respeto que siempre se interpone entre dos hombres hechos y derechos que no se conocen de nada, y a los que no puede unir una efusión, por patria que esta sea. Así que le dejé con el abrazo a medias y seguí leyendo. Todavía no me he arrepentido y ya ha pasado un día. Confío en que encontrara en otros brazos más amorosos en los que caer esa noche.
Las lágrimas se guardan para los entierros, y la vida hay que buscarla allí donde lo dejan a uno. En una casa buena de Cádiz o en el infierno. Donde sea, donde se pueda El asedio, de Arturo Pérez Reverte Esta es la sabiduría de Felipe Mojarra, salinero, de la Isla, de barro hasta las rodillas y que pelea contra el francés, en el año de 1811, en la Bahía de Cádiz, sin saber por qué. Y esa es la que buscaré compartir con vosotros cada mañana desde este rinconcito de la red. ¡Qué gusto volver a escribir!
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