Bueno, Mikel, ya estás en Xilxes, donde para asar una chuleta no hace falta barbacoa, que la sujetas así con los dedos en dirección al sol y en dos minutos está lista. Ponte crema en todos los lados y no te olvides de denunciar ante los municipales a todos los hombres que veas con chancletas, pantalones pirata, camiseta y bolso, por atentado contra el equilibrio estético del planeta. La humanidad entera te agradecerá el detalle. Aliméntate a base de horchatas y helados al microondas, y deja la comida mediterránea para cuando vuelvas al cantábrico. Sal con tapones para los oídos a la calle, que estos valencianos, de fiestas, no hacen más que ruido. Y susto. Y no dudes en utilizar los alicates para separar a Ane de la pierna de tu madre, que con el calor podrían acabar fusionadas, pierna y niña.
Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o
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