Vaya vacaciones más accidentadas. Una noche mi tia Inés se atragantó con
la espina de un bacalao al pil pil. No lo notamos hasta que llevaba
diez minutos sin hablar, ella, que no calla ni debajo del agua. Cuando
la miramos, su piel estaba morada y boqueaba buscando el aire que no
tenía. Mi hermano le dió un golpe en la espalda que le sacó la espina y
la dentadura. Y que a los demás nos dejó en estado de shock porque
pensamos que la había matado. Otro día, mi mujer, sin que nadie le diera un golpe en la espalda, se desplomó
sobre unos espaguettis bolognesa, perdiendo en el acto la conciencia y
poniéndose perdida de tomate. Terminamos en urgencias, en donde se
personó con la cuenta el dueño del restaurante, en un acto de delicadeza
extrema que en el momento, agobiado como estaba, no supe valorar en su
justa medida.
Ahora valoro más comer sólo, aunque sea un bocadillo.
Ahora valoro más comer sólo, aunque sea un bocadillo.
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