La novela que estoy leyendo empieza con la advertencia al lector de que
el libro tiene una falta de fundamento histórico impresionante. Es de
agradecer. Pero yo creo que la historia, en sí, tampoco tiene ningún
fundamento. También creo que lo que ahora vivimos, la era del inicio del
inicio, tiene menos fundamento todavía. Así que si lo real no tiene
fundamento, ¿para qué pedírselo a los libros? Yo, que soy en algunos
detalles un adelantado a mi tiempo, ya decidí en su momento que este
blog carecería del más mínimo rigor y fundamento, que los hechos que en
él se describen pueden haber pasado o no, que las personas que se pintan
como bondadosas pueden ser unas arpías y viceversa, y que yo mismo no
tengo ni idea ni de quien soy. Por eso me limito a rebuscar en el tupido
bosque del sinsentido una palabra que haga sonreir. Con eso basta, y
que se dejen de fundamentos.
Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o
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