La organización de la JMJ quería tener contentos a sus patrocinadores: un sitio cerca del Papa en las misas, qué bonito ver a Botín y a Rato diciendo aquí estoy yo, completamente católicos ellos, y las agosteñas rebajas, que no olvidemos que también El Corte Inglés ponía su parte: así que indulgencia plenaria, sentenció Rouco, para quienes participen en la Jornada, se confiesen y recen por las intenciones del Santo Padre. Estos ya pueden ir a pecar a (los) Cuatro Vientos, que el árbitro mirará hacia otro lado.
Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o
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