Ir al contenido principal

Algo era ello

Al día siguiente de terminar la JMJ, cuando todavía Bono estaba en la pista de Barajas gritando consignas al Santo Padre, y el Rey le empujaba con la muleta diciendo dejalo ya, pesao, que no te oye, y aprovechando que el escenario de Cibeles todavía no lo habían desmontado, 300.000 kikos se juntaron en mitad de Madrid. Madre del amor hermoso, ¿cuando acaban las cruzadas?, dijo un conductor atascado por quinto día consecutivo a la altura de Neptuno.

¿O es que el escenario lo habían puesto ellos? ¿O es que esta era la parte oculta del programa de fiestas?. Quien sabe. El caso que buena parte de la juventud de la derecha de la Iglesia se quedó en Madrid a seguir la fiesta.

Yo soy de lecturas simples, y dualistas, ya sabéis, y creo que además de los atascos, la visita del Papa ha tenido dos efectos: hacia afuera, demostrar al mundo que no hay nadie, seguramente, que sea capaz de convocar de la manera y en el número en que lo hace la Iglesia. Y otra, hacia dentro, demostrar al orbe católico que quien pinta algo aquí dentro son los del camino, se llamen kikos, comunión y liberación, movimiento de renovación catecumenal o lo que sea. Que sin ellos no hay, en fín, JMJ que valga un duro, y que ellos no serían lo que son con una Curia que se creyera el Vaticano II.

Comentarios

  1. Lo del poder de convocatoria me alivia, "algo tendrá el agua cuando la bendicen".

    La segunda parte ya no me mola, claro que hasta en tiempos de Jesús había seguidores que les iba la farándula y el exhibicionismo.

    Ser comedido y prudente, que una mano no sepa lo que hace la otra, me parece más evangélico.

    ResponderEliminar
  2. Lo del poder de convocatoria me alivia, "algo tendrá el agua cuando la bendicen".

    La segunda parte ya no me mola, claro que hasta en tiempos de Jesús había seguidores que les iba la farándula y el exhibicionismo.

    Ser comedido y prudente, que una mano no sepa lo que hace la otra, me parece más evangélico.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Hablando de ropa

  Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o

Vamos hombre

Egun on, Mikel. Cada vez estoy más harto de la vida en sociedad. Impone unos rigores del todo antagónicos con mi personalidad, o estado. Hasta en la tribuna. Resulta que en un córner, la pelota, después un despeje, un remate, rebotar en dos cuerpos y pegar en el larguero, fue rechazada por nuestro portero con gran alivio de la hinchada local y gran enojo de los visitantes, que reclamaban la concesión del gol. Una de estas últimas demandantes estaba sentada a mi derecha. Como estábamos a setenta metros del lugar de los hechos, más o menos desde donde se sacó esta foto, como desde ahí es imposible saber si lo que se mueve es un futbolista o un conejo, como la línea de gol no se ve porque la portería está en cuesta, como la señora portaba unas gafas cuyos vidrios eran tan gruesos como los de las mías y como parecía una mujer amable pese a sus gritos desaforados, me atreví con un comentario bienintencionado con el que aliviar esa tensión que amenazaba con provocarle una arritmia cardiaca,

Y no sé qué es peor.

Egun on, Mikel. Aquel día de finales de junio amaneció con el cielo limpio y el suelo seco. Desde el balcón oía a algunos, de esos que hacen comentarios en voz alta mientras sus perros se alivian, suspirar y decir que ya era hora, porque la semana anterior estuvo pasada por agua y las temperaturas bajaron hasta los quince grados, y ambas cosas, entrado el verano, desasosiegan a los humanos más vulnerables. A otros les da igual. Particularmente, a muchos varones de más de 50 años y algo desinhibidos que, en cuanto el termómetro pasa de los 25 grados dos días seguidos, y ven en el calendario que están en junio, sacan de la parte de arriba del armario la caja donde guardan su media docena de pantalones cortos vaqueros con dobladillo por encima de la rodilla, y sus camisas de cuadros de manga corta, planchan las prendas, o se las hacen planchar, se las ponen, y ya no se las quitan hasta después del veranillo de San Martín, en noviembre.  Vestidos de esa guisa, y debajo del paraguas, porque