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visitas educadas

Una de las cosas que no te enseñan ni en tu casa ni en la escuela es a tratar con las personas enfermas. Cuando somos niños, hacemos gracia en el Hospital, al enfermo de uno, y molestamos al de la cama de enfrente. Cuando somos ya unos jovencitos, ni pisamos el Hospital, a no ser que tu padre se esté muriendo o que a una amiga tuya le hayan operado de amigdalas. Y pasado el tiempo de aprender, nos hacemos mayores y damos el cante. Entramos en la habitación manteniendo el mismo tono de voz que traíamos de la calle, y después de decir buenas tardes al enfermo de la cama de al lado, y despertarle, en el caso de que esté durmiendo, nos dirigimos al enfermo propio para decirle:

- ¿Qué? ¿Qué tal? Bien, ¿no?

Si el enfermo está mal, y es sincero y contesta que no, que está mal, entonces insiste:

- "pero si me ha dicho Luciana que estás mejor" (la madre que parió a Luciana...), o su variante "pues no tienes mala cara..."

Y entonces es el enfermo el que demuestra que sí le han educado para estar enfermo y ser cortés y no contesta pues anda que la tuya...

Ni aunque hayas estudiado enfermería o medicina aprendes a tratar a un enfermo, porque la mayor parte del tiempo te lo pasas estudiando dónde inserta el músculo en el hueso, o cosas de células o fórmulas químicas, que no tienen que ver con las personas de carne y hueso, que nunca han visto una célula. E igual que los paisanos, cuando entran a la habitación por vez primera en su turno te dicen en voz muy alta, porque lo de los carteles de SILENCIO de los pasillos son para los visitantes y no para los trabajadores, aquello de...

- ¿Qué tal?, mejor hoy, ¿no?

- Y peor que mañana, guapa, contesta el enfermo, al que la vida le ha enseñado a ser un enfermo bueno,  con la mejor de sus sonrisas.

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