Egunon Mikel:
me pregunto a qué olerá el nuevo campo del Athletic. Vaya chorrada, dirás. Pues no. Porque mi mejor recuerdo de San Mamés es el primero. El de un día de 1973 en el que el Athetic ganó dos cero al Oviedo, con goles de Arieta, y yo me senté junto a mi padre casi a ras de césped, en la cuarta fila de la preferencia sur, la de Capuchinos.
De calle, claro, que entonces no íbamos ninguno vestido de rojiblanco. El culo, sobre la almohadilla roja con el escudo de La Misericordia que alquilaban por un duro a la entrada, para aguantar dos horas en los bancos de madera corridos.
Y no me acuerdo de aquel partido por la victoria, que más bonitas y más trascendentales he vivido en 36 años de ir a la Catedral. Sino por el olor. A habano y a hierba húmeda. Y a alcohol. Por la grada se paseaba un señor con chaqueta blanca cargado con un balde con hielos, latas y botellas y gritando que "hay coñac, ginebra, coca cola, cerveza", y mucha gente compraba. Mi padre se tomó un coñac servido en un vasito pequeño de plástico. Y muchos fumaban puros.
Y aquel batiburrillo de olores se hizo sacramental para mí. Hoy es oler un habano, aunque sea en verano o en La Gomera y recordarlo todo de golpe: la hierba, el balón blanco, Iribar, Arieta, la copa de Soberano que se tomó mi padre...
Por eso tengo miedo de que el San Mamés nuevo huela como huelen los coches nuevos. Todos igual, sea un escoda o un renol. Por eso he renunciado a mi asiento en la Tribuna Norte para elegir otro en la fila cuatro, cerca del terreno de juego. Para oler a hierba en lugar de oler a nada, que es lo que querrán los antitabaco, que andan presionando para que se prohíba fumar, qué asco de asepsia integral. Y para que el olor a hierba le gane al olor a porro, que hay sacrilegos a quienes nadie enseñó que no se fuman porquerías en los recintos sagrados.
me pregunto a qué olerá el nuevo campo del Athletic. Vaya chorrada, dirás. Pues no. Porque mi mejor recuerdo de San Mamés es el primero. El de un día de 1973 en el que el Athetic ganó dos cero al Oviedo, con goles de Arieta, y yo me senté junto a mi padre casi a ras de césped, en la cuarta fila de la preferencia sur, la de Capuchinos.
De calle, claro, que entonces no íbamos ninguno vestido de rojiblanco. El culo, sobre la almohadilla roja con el escudo de La Misericordia que alquilaban por un duro a la entrada, para aguantar dos horas en los bancos de madera corridos.
Y no me acuerdo de aquel partido por la victoria, que más bonitas y más trascendentales he vivido en 36 años de ir a la Catedral. Sino por el olor. A habano y a hierba húmeda. Y a alcohol. Por la grada se paseaba un señor con chaqueta blanca cargado con un balde con hielos, latas y botellas y gritando que "hay coñac, ginebra, coca cola, cerveza", y mucha gente compraba. Mi padre se tomó un coñac servido en un vasito pequeño de plástico. Y muchos fumaban puros.
Y aquel batiburrillo de olores se hizo sacramental para mí. Hoy es oler un habano, aunque sea en verano o en La Gomera y recordarlo todo de golpe: la hierba, el balón blanco, Iribar, Arieta, la copa de Soberano que se tomó mi padre...
Por eso tengo miedo de que el San Mamés nuevo huela como huelen los coches nuevos. Todos igual, sea un escoda o un renol. Por eso he renunciado a mi asiento en la Tribuna Norte para elegir otro en la fila cuatro, cerca del terreno de juego. Para oler a hierba en lugar de oler a nada, que es lo que querrán los antitabaco, que andan presionando para que se prohíba fumar, qué asco de asepsia integral. Y para que el olor a hierba le gane al olor a porro, que hay sacrilegos a quienes nadie enseñó que no se fuman porquerías en los recintos sagrados.
Comentarios
Publicar un comentario