Tengo tanta prisa que nunca me detengo a hacer cosas inútiles, de las que verdaderamente merecen la pena. Y así me va. Anoche, cuando me enteré de que Mikel iba a estrenar sus gafas viendo las lágrimas de San Lorenzo, yo también me tumbé boca arriba con mis gafas a mirar el cielo, y me dí cuenta de que eso tan poético de contemplar las estrellas y sentirse pequeñito ante tanta inmensidad no lo había hecho nunca. Mis sensaciones fueron por el lado inverso al que cabía esperar, como ocurre casi siempre. Primero sentí frío en los pies, que llevaba al aire. Luego me detuve a contemplar que los aviones pasaban con una cadencia de dos minutos. Luego sentí humedad en la espalda y acabé agobiado de espantar una mosca que había confundido mi cabeza con un aeródromo de moscas. De estrellas no miré muchas, porque no sé abstraerme del mundo que me rodea.
Las lágrimas se guardan para los entierros, y la vida hay que buscarla allí donde lo dejan a uno. En una casa buena de Cádiz o en el infierno. Donde sea, donde se pueda El asedio, de Arturo Pérez Reverte Esta es la sabiduría de Felipe Mojarra, salinero, de la Isla, de barro hasta las rodillas y que pelea contra el francés, en el año de 1811, en la Bahía de Cádiz, sin saber por qué. Y esa es la que buscaré compartir con vosotros cada mañana desde este rinconcito de la red. ¡Qué gusto volver a escribir!
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