Egunon, Mikel:
nueve segundos son los que separan el suelo del techo, la nada del todo, la atonía del éxtasis y el vacío de la plenitud.
Nueve segundos son los que separan la presión de Beñat a la salida del balón del Barcelona y el remate majestuoso de Aduriz a la red de la portería del Fondo Norte.
Y de esos nueve segundos, cinco transcurren con el balón en los pies de Sabin Merino, al que le toca enfrentar a pierna cambiada, un diestro en la izquierda, al mejor lateral del mundo, primero diez metros en carrera, conduciendo con la suya, después un amago con parada hacia dentro para salir por fuera, levantar la cabeza, ver a Aduriz en el punto de penalty y ponerla con la izquierda donde sabe que la quería el donostiarra.
El último segundo dura más que los otros ocho. El silencio que precede al trueno, la ría detenida. Parado el latir del corazón de Bizkaia, sólo la lluvia y el viento siguen a lo suyo, haciendo posible el girar del balón en dirección al punto en el que la busca el killer. El salto dura lo que duran las misas cuando el cura es pesado, y el golpeo de cabeza es la chispa que devuelve el tiempo a su devenir ordinario, la sangre a las arterias y el grito a las gargantas, mientras Mascherano, el jefe de los otros, se pregunta derrotado qué es este trolebús que me pasó por encima.
Pero no te olvides de que todo comienza por nada, que techo empieza por suelo, que atonía es el principio del éxtasis y que el vacío es lo que precede a la plenitud. Y todo empieza en el 7. Beñat ni toca el balón, parece que no hace nada, pero su esfuerzo está en el origen de todo. Lo que hace Beñat, presionar, parece que pudiera hacerlo cualquiera, pero el que lo hace no es cualquiera. Es el jefe del equipo. Sin su trabajo no hay gol.
Al acabar el partido todo volvió a su ser. El metro a llevar a gente sonriente, y los bares a servir cañas a otra gente, igual de sonriente. o más. Pero todos los que estuvimos en la Catedral (a los partidos importantes suelo enviar mi alma en el cuerpo de mis hijos) soñamos esa noche con que lo sobrenatural tuvo lugar a la orilla de la ría.
nueve segundos son los que separan el suelo del techo, la nada del todo, la atonía del éxtasis y el vacío de la plenitud.
Nueve segundos son los que separan la presión de Beñat a la salida del balón del Barcelona y el remate majestuoso de Aduriz a la red de la portería del Fondo Norte.
Y de esos nueve segundos, cinco transcurren con el balón en los pies de Sabin Merino, al que le toca enfrentar a pierna cambiada, un diestro en la izquierda, al mejor lateral del mundo, primero diez metros en carrera, conduciendo con la suya, después un amago con parada hacia dentro para salir por fuera, levantar la cabeza, ver a Aduriz en el punto de penalty y ponerla con la izquierda donde sabe que la quería el donostiarra.
El último segundo dura más que los otros ocho. El silencio que precede al trueno, la ría detenida. Parado el latir del corazón de Bizkaia, sólo la lluvia y el viento siguen a lo suyo, haciendo posible el girar del balón en dirección al punto en el que la busca el killer. El salto dura lo que duran las misas cuando el cura es pesado, y el golpeo de cabeza es la chispa que devuelve el tiempo a su devenir ordinario, la sangre a las arterias y el grito a las gargantas, mientras Mascherano, el jefe de los otros, se pregunta derrotado qué es este trolebús que me pasó por encima.
Pero no te olvides de que todo comienza por nada, que techo empieza por suelo, que atonía es el principio del éxtasis y que el vacío es lo que precede a la plenitud. Y todo empieza en el 7. Beñat ni toca el balón, parece que no hace nada, pero su esfuerzo está en el origen de todo. Lo que hace Beñat, presionar, parece que pudiera hacerlo cualquiera, pero el que lo hace no es cualquiera. Es el jefe del equipo. Sin su trabajo no hay gol.
Al acabar el partido todo volvió a su ser. El metro a llevar a gente sonriente, y los bares a servir cañas a otra gente, igual de sonriente. o más. Pero todos los que estuvimos en la Catedral (a los partidos importantes suelo enviar mi alma en el cuerpo de mis hijos) soñamos esa noche con que lo sobrenatural tuvo lugar a la orilla de la ría.
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