Egunon Mikel.
Voy a contrapelo. O lento, no sé. Para cuando elaboro un juicio sobre algo, ya ha juzgado todo el mundo.
Seguí con atención la comparecencia del Ministro del Interior del Gobierno de España en el Congreso, a donde fue voluntariamente y a regañadientes. Voluntariamente, porque pidió él comparecer. Y a regañadientes porque dejó claro, desde el principio, que aquella comparecencia era un despropósito, que estaba hablando demasiado, y que la culpa de esa desmesura la tenían los demás.
Vino a dar algunas explicaciones, las que le parecieron oportunas, acerca de la visita de Rodrigo Rato a su despacho. Y como dijo algunas cosas muy razonables, como que no es lo mismo publicidad que transparencia. (qué importante sería que se lo apuntaran algunos tertulianos), sembró la duda en mi juicio. ¿A ver si va a tener razón?
Pero luego, al pasar los días, he ido teniendo la sensación, después de oir al Ministro, de que las personas se dividen en dos: las que han sido miembros del Gobierno, o han tenido un cargo político de relevancia, con el consiguiente sacrificio propio y de sus familias, y las que no. Si las primeras tienen un problema grave de salud, piden ser recibidos por el Ministro de Sanidad. Las segundas piden cita con el médico de cabecera. Si las primeras tienen un problema importante en la escuela de sus hijos, pueden ser recibidas por el Ministro de Educación. Las segundas piden cita con el tutor. Si las primeros tienen un problema serio con el tren de mercancías que atraviesa su municipio, pueden solicitar ser recibidos por el Ministro de Fomento. Las segundas piden cita en el ayuntamiento, rellenan un formulario y esperan, con paciencia, una respuesta por escrito.
Y si las primeras se sienten amenazadas, ellas o sus familias, acuden al Ministro del Interior, en la confianza de que serán recibidos. Fernández Díaz dijo que, por esos motivos, él ha recibido a decenas. Los demás, van a la policía. (Para refutar mi teoría, he pedido ser recibido por la Vicepresidenta del Gobierno por un asunto extraordinariamente urgente que afecta a la sociedad en la que vivo, y que no he podido detallar por teléfono sin saltarme la discreción debida. Ya te contaré.)
Y ahora, pasados quince días, ya me he convencido de que todo esto es una milonga. Rato no fue al Ministerio a pedir más seguridad, o a que no le quiten la que tiene, sino a hablar de cosas que pasan detrás del escenario de lo público. De lo que Fernández Díaz -ya lo dijo él- no hablará ni aunque comparezca voluntariamente durante semanas.
Yo creo que fue una reunión de poder a poder. Del que tuvo poder para exhibir el que conserva. Con el que ahora tiene el poder para condicionarle su ejercicio.
Al tiempo.
Voy a contrapelo. O lento, no sé. Para cuando elaboro un juicio sobre algo, ya ha juzgado todo el mundo.
Seguí con atención la comparecencia del Ministro del Interior del Gobierno de España en el Congreso, a donde fue voluntariamente y a regañadientes. Voluntariamente, porque pidió él comparecer. Y a regañadientes porque dejó claro, desde el principio, que aquella comparecencia era un despropósito, que estaba hablando demasiado, y que la culpa de esa desmesura la tenían los demás.
Vino a dar algunas explicaciones, las que le parecieron oportunas, acerca de la visita de Rodrigo Rato a su despacho. Y como dijo algunas cosas muy razonables, como que no es lo mismo publicidad que transparencia. (qué importante sería que se lo apuntaran algunos tertulianos), sembró la duda en mi juicio. ¿A ver si va a tener razón?
Pero luego, al pasar los días, he ido teniendo la sensación, después de oir al Ministro, de que las personas se dividen en dos: las que han sido miembros del Gobierno, o han tenido un cargo político de relevancia, con el consiguiente sacrificio propio y de sus familias, y las que no. Si las primeras tienen un problema grave de salud, piden ser recibidos por el Ministro de Sanidad. Las segundas piden cita con el médico de cabecera. Si las primeras tienen un problema importante en la escuela de sus hijos, pueden ser recibidas por el Ministro de Educación. Las segundas piden cita con el tutor. Si las primeros tienen un problema serio con el tren de mercancías que atraviesa su municipio, pueden solicitar ser recibidos por el Ministro de Fomento. Las segundas piden cita en el ayuntamiento, rellenan un formulario y esperan, con paciencia, una respuesta por escrito.
Y si las primeras se sienten amenazadas, ellas o sus familias, acuden al Ministro del Interior, en la confianza de que serán recibidos. Fernández Díaz dijo que, por esos motivos, él ha recibido a decenas. Los demás, van a la policía. (Para refutar mi teoría, he pedido ser recibido por la Vicepresidenta del Gobierno por un asunto extraordinariamente urgente que afecta a la sociedad en la que vivo, y que no he podido detallar por teléfono sin saltarme la discreción debida. Ya te contaré.)
Y ahora, pasados quince días, ya me he convencido de que todo esto es una milonga. Rato no fue al Ministerio a pedir más seguridad, o a que no le quiten la que tiene, sino a hablar de cosas que pasan detrás del escenario de lo público. De lo que Fernández Díaz -ya lo dijo él- no hablará ni aunque comparezca voluntariamente durante semanas.
Yo creo que fue una reunión de poder a poder. Del que tuvo poder para exhibir el que conserva. Con el que ahora tiene el poder para condicionarle su ejercicio.
Al tiempo.
Tú dices lento, más sería prudente y acertado.
ResponderEliminarTú dices lento, más sería prudente y acertado.
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