Decía Hanna Lundmark que ella tenía la sensación de que ya no queda lugar para la verdad en la ciudad donde vivimos nuestra vidas. Y tiene razón. Facebook no hace más que alimentar la mentira. Yo hace tres meses estuve comiendo una paella con unos amigos en un pueblo cercano a Ramales de la Victoria, y en el muro aparece constantemente que yo he estado en Ramales de la Victoria, como si hubiera vivido allí, o como si fuera a comer paellas todos los sábados a ese pueblo, o como si aquel día hubiera sido clave en mi vida por alguna razón. Y no lo puedo quitar de ahí. Desde aquel día yo he estado en Bilbao, en mi pueblo, en Barcelona, en Girona, en Bagur, en Madrid, seis veces, en Aranda de Duero, en Medina de Rioseco, en Llodio, tres veces, en Vitoria - Gasteiz, en Santander, en Astillero, en Laredo, en Santoña, en Irun, en Portugalete, en Hernani, en Santurtzi, en Burgos, en Valladolid, en San Sebastián, doce o trece veces. Y ninguno de esos sitios aparece en Facebook. Ni uno. Solo Ramales de la Victoria. A todas horas.
Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o
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