Ir al contenido principal

estar donde hay que estar

Egunon Mikel:

hoy te voy a hablar de lo importante que es estar donde hay que estar.

Donde hay que estar suele ser el lugar en el que alguien te espera. Si eres profe, tus alumnos, en clase, sentados encima de la mesas y jugando a los pokemons; y si eres médico, tus pacientes, en la sala de espera del ambulatorio, formalitos y hablando del tiempo.

En realidad, el mundo funciona porque la gente suele estar donde tiene que estar. Fíjate si el tema es importante.

A veces no te apetece estar donde hay que estar. Esto pasa mucho si eres bombero, o forense. O Ministra, que tienes que encontrarte con personas descontentas, o furiosas, por las más variadas razones. Pues te aguantas y vas. Va con el sueldazo de Ministra. Porque las Ministras, también ellas, tienen que estar donde hay que estar.

A no ser que tengas que estar en otro lado. Un día, la ministra Ana Pastor miró la agenda y aparecieron dos citas a la misma hora, una en Santiago de Compostela y otra en Madrid (eso pasa porque alguien no le dijo al segundo: lo siento, la ministra no puede, ese día está en Santiago). Y tuvo que elegir. Entre la plataforma de afectados por el Alvia y la sesión del Congreso de los Diputados en la que iba a ser nombrada Presidenta, eligió la segunda, enviando a otros en su nombre y con sus disculpas a la cita de Galicia.

¿Resultado? Quedó mal, perdió credibilidad y faltó al respeto a la gente con la que había quedado, que, además, tuvo que ver por televisión lo contenta que estaba la ex ministra presidenta.

(No hay evidencias de que ningún diputado de su partido le dijera "¿pero tu no tenías que estar en Santiago?")


Comentarios

Entradas populares de este blog

Hablando de ropa

  Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o

Vamos hombre

Egun on, Mikel. Cada vez estoy más harto de la vida en sociedad. Impone unos rigores del todo antagónicos con mi personalidad, o estado. Hasta en la tribuna. Resulta que en un córner, la pelota, después un despeje, un remate, rebotar en dos cuerpos y pegar en el larguero, fue rechazada por nuestro portero con gran alivio de la hinchada local y gran enojo de los visitantes, que reclamaban la concesión del gol. Una de estas últimas demandantes estaba sentada a mi derecha. Como estábamos a setenta metros del lugar de los hechos, más o menos desde donde se sacó esta foto, como desde ahí es imposible saber si lo que se mueve es un futbolista o un conejo, como la línea de gol no se ve porque la portería está en cuesta, como la señora portaba unas gafas cuyos vidrios eran tan gruesos como los de las mías y como parecía una mujer amable pese a sus gritos desaforados, me atreví con un comentario bienintencionado con el que aliviar esa tensión que amenazaba con provocarle una arritmia cardiaca,

Y no sé qué es peor.

Egun on, Mikel. Aquel día de finales de junio amaneció con el cielo limpio y el suelo seco. Desde el balcón oía a algunos, de esos que hacen comentarios en voz alta mientras sus perros se alivian, suspirar y decir que ya era hora, porque la semana anterior estuvo pasada por agua y las temperaturas bajaron hasta los quince grados, y ambas cosas, entrado el verano, desasosiegan a los humanos más vulnerables. A otros les da igual. Particularmente, a muchos varones de más de 50 años y algo desinhibidos que, en cuanto el termómetro pasa de los 25 grados dos días seguidos, y ven en el calendario que están en junio, sacan de la parte de arriba del armario la caja donde guardan su media docena de pantalones cortos vaqueros con dobladillo por encima de la rodilla, y sus camisas de cuadros de manga corta, planchan las prendas, o se las hacen planchar, se las ponen, y ya no se las quitan hasta después del veranillo de San Martín, en noviembre.  Vestidos de esa guisa, y debajo del paraguas, porque