Egunon Mikel:
hace siete años que murió el aitite, mi padre. Hoy no reconocería su Bilbao, como has cambiao. Alucinaría, viendo por la calle a chavales con sus smartphones cazando bichos; y leyendo en El Correo cada mañana la deriva de este mundo de locos y de este país sin gobierno.
El paso del tiempo es caprichoso, y los últimos días me han traído un recuerdo del aitite que quiero compartir contigo. Había un tocadiscos precioso en la casa de la calle Ledesma. Un artilugio que podía convertirse en maleta y transportarse, pero que nunca se movió de la mesa en la que estaba. Debajo de ella había algunos discos, pocos. Uno de ellos se lo veía poner y se lo escuchaba cantar, y emocionarse.
Es el coro de los esclavos de la ópera Nabucco, de Giuseppe Verdi. En ese momento de la obra, que cuenta parte de la historia del pueblo judío, los esclavos hebreos cantan a la tierra y a la libertad perdidas.
Rebuscando, he encontrado esta grabación de la que me hablaron. Comienza con Ricardo Muti, el director, pensativo, mientras oye la aclamación del público de la Ópera de Roma, que quiere que repitan la canción. En un momento, alguien grita ¡Viva Italia! (la canción, Va pensiero, se convirtió, cuando se estrenó en el siglo XIX, en un himno patriótico), y Muti se gira y contesta, que si queréis bis, cantamos todos. Porque recuperar la patria y la libertad perdidas es cosa de todos.
Escúchala.
A lo mejor el aitite, sin saber ni papa de italiano, canturreaba soñando en un mundo mejor para sus hijos. Así que te propongo recordarle igual: que tu pensamiento vuele con alas doradas hasta el mundo que sueñas, y que no pierdas nunca la esperanza de alcanzarlo.
Va pensiero
Vuela pensamiento, con alas doradas,
pósate sobre las praderas y montañas
donde derrama su fragancia
el suave aire de nuestra tierra natal,
saluda a las riberas del Jordán
y a las torres estremecidas de Sión.
Ay!, mi patria hermosa y perdida,
Oh, recuerdo tan querido y lleno de desesperación,
arpa dorada de los profetas,
¿por qué cuelgas silenciosa de los sauces?
Aviva nuestros recuerdos queridos
y háblanos del tiempo que fue.
Canta en dulces lamentos
el destino de Jerusalén.
hace siete años que murió el aitite, mi padre. Hoy no reconocería su Bilbao, como has cambiao. Alucinaría, viendo por la calle a chavales con sus smartphones cazando bichos; y leyendo en El Correo cada mañana la deriva de este mundo de locos y de este país sin gobierno.
El paso del tiempo es caprichoso, y los últimos días me han traído un recuerdo del aitite que quiero compartir contigo. Había un tocadiscos precioso en la casa de la calle Ledesma. Un artilugio que podía convertirse en maleta y transportarse, pero que nunca se movió de la mesa en la que estaba. Debajo de ella había algunos discos, pocos. Uno de ellos se lo veía poner y se lo escuchaba cantar, y emocionarse.
Es el coro de los esclavos de la ópera Nabucco, de Giuseppe Verdi. En ese momento de la obra, que cuenta parte de la historia del pueblo judío, los esclavos hebreos cantan a la tierra y a la libertad perdidas.
Rebuscando, he encontrado esta grabación de la que me hablaron. Comienza con Ricardo Muti, el director, pensativo, mientras oye la aclamación del público de la Ópera de Roma, que quiere que repitan la canción. En un momento, alguien grita ¡Viva Italia! (la canción, Va pensiero, se convirtió, cuando se estrenó en el siglo XIX, en un himno patriótico), y Muti se gira y contesta, que si queréis bis, cantamos todos. Porque recuperar la patria y la libertad perdidas es cosa de todos.
Escúchala.
A lo mejor el aitite, sin saber ni papa de italiano, canturreaba soñando en un mundo mejor para sus hijos. Así que te propongo recordarle igual: que tu pensamiento vuele con alas doradas hasta el mundo que sueñas, y que no pierdas nunca la esperanza de alcanzarlo.
Vuela pensamiento, con alas doradas,
pósate sobre las praderas y montañas
donde derrama su fragancia
el suave aire de nuestra tierra natal,
saluda a las riberas del Jordán
y a las torres estremecidas de Sión.
Ay!, mi patria hermosa y perdida,
Oh, recuerdo tan querido y lleno de desesperación,
arpa dorada de los profetas,
¿por qué cuelgas silenciosa de los sauces?
Aviva nuestros recuerdos queridos
y háblanos del tiempo que fue.
Canta en dulces lamentos
el destino de Jerusalén.
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