Ir al contenido principal

Entre la izquierda y el margen

Hola Mikel, egunon:

el domingo murió Jose Luis Sampedro. No sé si sabes quien era, pero deberías. Murió en silencio, y su muerte deja en la vida de muchas personas la sensación de que alguien ha apagado la luz.

Era un escritor, un profesor universitario de los que todos los que amamos aprender nos hubiera gustado tener en clase, un economísta, y qué se yo cuantas cosas más. Algunos lo definían como un humanista. Un humanista es el que escribe cosas como esta: "el desarrollo económico, tan fomentado por todos los países, procura producir cada vez más cosas vendibles, pero no se interesa por el perfeccionamiento del hombre" (Economía Humanista, Ed. Debate, Barcelona 2009, pag 249). Un humanista es alguien que ama más a las personas que a las cosas.

Atendió a su muerte. Le decía a su mujer cuando veía por la tele el funeral de algún famoso: "yo así no, eh?". Y le dejó escritas unas instrucciones para cuando llegara ese momento. Atender a la muerte es algo muy importante, porque la muerte es lo último que nos pasa en la vida. No preparar la muerte de uno es como empezar a leer "Los pilares de la tierra" y dejarlo en la página 990, diez antes de terminar, alegando que no te gustan los finales de las novelas largas.

Y atendió su vida. Vivir es como escribir. Cuando las personas nos encontramos con una página en blanco, tendemos a escribir en el centro, o a la derecha. Él no. Su vida transitó entre la izquierda y el margen. El margen es el sitio donde tiene lugar la vida de millones de seres humanos, olvidados de todos.

Todavía puedes elegir, porque no tienes muchos años. Y no estaría mal elegir una vida como la de él.

Suerte, y un beso.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Hablando de ropa

  Egun on, MIkel. Tienes razón en lo de las chanclas, y lo apunto para tratarlo en una próxima digresión, pero, hablando de ropa, yo creo que cada edad tiene su manera propia de vestir. Y que cualquier otra le es impropia. Lo digo sin rigideces y sin formalismos. La amplísima variedad que se ofrece en las tiendas ya da como para no tener que vestir con cincuenta como si se tuvieran veinte. Hay un momento de la vida en el cual determinadas partes del cuerpo deben permanecer ocultas a la vista de los demás. De esto no tengo ninguna duda. Por ejemplo, las piernas, en todo lo que ellas comprenden, desde el tobillo hasta la ingle. También la barriga, en un radio de un metro y medio desde el ombligo. O los brazos, desde la muñeca hasta el hombro. A partir de los cuarenta y pico eso ya no se enseña a nadie. Ni a uno mismo, si no es para lavar. La profusión capilar, cuando se da, convierte esas partes de algunos cuerpos en espectáculos especialmente repulsivos y deleznables. Así, y en mi o

Vamos hombre

Egun on, Mikel. Cada vez estoy más harto de la vida en sociedad. Impone unos rigores del todo antagónicos con mi personalidad, o estado. Hasta en la tribuna. Resulta que en un córner, la pelota, después un despeje, un remate, rebotar en dos cuerpos y pegar en el larguero, fue rechazada por nuestro portero con gran alivio de la hinchada local y gran enojo de los visitantes, que reclamaban la concesión del gol. Una de estas últimas demandantes estaba sentada a mi derecha. Como estábamos a setenta metros del lugar de los hechos, más o menos desde donde se sacó esta foto, como desde ahí es imposible saber si lo que se mueve es un futbolista o un conejo, como la línea de gol no se ve porque la portería está en cuesta, como la señora portaba unas gafas cuyos vidrios eran tan gruesos como los de las mías y como parecía una mujer amable pese a sus gritos desaforados, me atreví con un comentario bienintencionado con el que aliviar esa tensión que amenazaba con provocarle una arritmia cardiaca,

Y no sé qué es peor.

Egun on, Mikel. Aquel día de finales de junio amaneció con el cielo limpio y el suelo seco. Desde el balcón oía a algunos, de esos que hacen comentarios en voz alta mientras sus perros se alivian, suspirar y decir que ya era hora, porque la semana anterior estuvo pasada por agua y las temperaturas bajaron hasta los quince grados, y ambas cosas, entrado el verano, desasosiegan a los humanos más vulnerables. A otros les da igual. Particularmente, a muchos varones de más de 50 años y algo desinhibidos que, en cuanto el termómetro pasa de los 25 grados dos días seguidos, y ven en el calendario que están en junio, sacan de la parte de arriba del armario la caja donde guardan su media docena de pantalones cortos vaqueros con dobladillo por encima de la rodilla, y sus camisas de cuadros de manga corta, planchan las prendas, o se las hacen planchar, se las ponen, y ya no se las quitan hasta después del veranillo de San Martín, en noviembre.  Vestidos de esa guisa, y debajo del paraguas, porque