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A buenas horas

Egunon Mikel:

tampoco sé si sabes quién era Óscar Romero. Pues era un obispo, salvadoreño, que vivió en el siglo pasado. En un país injusto y gobernado por criminales se comprometió publicamente con la justicia, desde que lo hicieron obispo hasta que lo mataron. Como Jesús, igual. Dos o tres años diciendo cosas que no gustan a los ricos y te limpian el forro. De un tiro mientra celebraba la misa. En 1980.

Pero más que obispo era santo. Todas las personas, o casi todas, son buenas. Pero hay algunas tan buenas que parecen más que personas, se parecen a Dios. Y entonces decimos que son santos. Seguro que has conocido a alguno, que ya tienes una edad. Lo malo es que para que puedas llevarlo en el nombre, para ser San Mikel Mendigutxia, por ejemplo, tienen que pasar dos cosas: una, que te mueras, y dos, que la Iglesia de Roma te dé el carnet de Santo. A título póstumo, claro.

Que te mueras le pasa a todo el mundo. Que seas santo, a bastantes. Pero que en Roma te den el carnet cuesta un huevo. Lo que ve la gente sencilla no lo ve la gente de mente retorcida. Ya lo dijo Jesús. Sin ir más lejos, han tardado ocho años en ver que no había herejías en un libro sobre Jesús que escribió Pagola, un cura donostiarra. Cuando la mayoría de la gente simple no tardó ni ocho días en darse cuenta de que lo que decía el libro no era obra de Satanás, y que los curas no dicen herejías, que eso lo saben hasta los niños de teta.

Pues con los santos igual. A Óscar Romero la gente de El Salvador y de toda América Latina lo llamaban en vida San Romero de América. Pero en Roma hubo que esperar treinta años y a un Papa argentino para que sacaran los papeles para hacerle santo del cajón donde acumulaban polvo.

Ya les vale.

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