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Vivir sin salpicar

Llevo mes y medio metido en una piscina a todas horas, así que no tengo tiempo ni de escribir. Como esta espalda lesionada no se regenera por sí sola, y de los médicos no cabe esperar más que aportaciones insustanciales, voy haciendo la guerra por mi cuenta.

Debo comenzar diciendo que yo en la piscina, como en la vida en general, procuro desplazarme sin salpicar. Pero también en esto soy una rareza. Hay domingos por la mañana en que me siento igual que David Meca yendo de Ibiza a Valencia entre tiburones, medusas, bofetadas de los "compañeros" de travesía y olas de cuatro metros, cuando lo único que intento es hacer veinticuatro largos a espalda.

Igual que dan el carnet de conducir deberían dar el de pasear por la vía pública o el de nadar, a quien se lo gane. Porque la verdad es que me entreno entre facinerosos, de los que recibo puñetazos, arañazos y golpes de pie en las costillas, gente que descarga sus frustraciones contra el agua, escondiendo tras los gorros y las gafas y las pinzas y los neoprenos el ser deleznable y feo que son en realidad.

También para vivir deberían dar un carnet, pero ese es ya otro tema, de una hondura que supera la superficialidad de este blog.

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Declaración de intenciones

Las lágrimas se guardan para los entierros, y la vida hay que buscarla allí donde lo dejan a uno. En una casa buena de Cádiz o en el infierno. Donde sea, donde se pueda El asedio, de Arturo Pérez Reverte Esta es la sabiduría de Felipe Mojarra, salinero, de la Isla, de barro hasta las rodillas y que pelea contra el francés, en el año de 1811, en la Bahía de Cádiz, sin saber por qué. Y esa es la que buscaré compartir con vosotros cada mañana desde este rinconcito de la red. ¡Qué gusto volver a escribir!
Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, se va volviendo mi hogar, llenándoseme de nombres. No es ya un extraño país lejano en el horizonte, es cita donde me aguardan pupilas que me conocen, labios que me dieron besos, pieles que llevan mis roces. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, de gestos ya conocidos de amor, de abrazos que acogen, en los que revivir puedo amadas palpitaciones, y tantos y tantos sueños que aguardan consumaciones. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones: me gusta saber que Dios prepara para los hombres Paraísos que permiten recuperar los adioses. Allí se me van llegando uno a uno mis amores, con besos hoy silenciosos que tendrán resurrecciones. Se me va poblando el cielo de rostros y corazones, se va volviendo mi hogar, llenándoseme de nombres.