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Vivir sin salpicar

Llevo mes y medio metido en una piscina a todas horas, así que no tengo tiempo ni de escribir. Como esta espalda lesionada no se regenera por sí sola, y de los médicos no cabe esperar más que aportaciones insustanciales, voy haciendo la guerra por mi cuenta.

Debo comenzar diciendo que yo en la piscina, como en la vida en general, procuro desplazarme sin salpicar. Pero también en esto soy una rareza. Hay domingos por la mañana en que me siento igual que David Meca yendo de Ibiza a Valencia entre tiburones, medusas, bofetadas de los "compañeros" de travesía y olas de cuatro metros, cuando lo único que intento es hacer veinticuatro largos a espalda.

Igual que dan el carnet de conducir deberían dar el de pasear por la vía pública o el de nadar, a quien se lo gane. Porque la verdad es que me entreno entre facinerosos, de los que recibo puñetazos, arañazos y golpes de pie en las costillas, gente que descarga sus frustraciones contra el agua, escondiendo tras los gorros y las gafas y las pinzas y los neoprenos el ser deleznable y feo que son en realidad.

También para vivir deberían dar un carnet, pero ese es ya otro tema, de una hondura que supera la superficialidad de este blog.

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